lunes, 7 de marzo de 2011

A dos de tres

Marisa Pineda

Alguien sabe qué pasó con las “malas palabras”, en qué momento fueron desplazadas por lo que el diccionario define como “miembro genital de los mamíferos”. A partir de qué día el “vete mucho a la ..ngada” pasó del rojo subido al rosa pastel ante el “vete mucho a la …rga”, palabra por demás multifuncional que además de referir a salva sea la parte, hace igualmente las veces de sustantivo, adverbio de tiempo, de lugar y una larga lista de etcétera.

Ahí tiene a la de la letra entrando al supermercado, mal había enfilado por el pasillo de los cereales cuando los ojos se me abrieron como caricatura japonesa al escuchar a un plebe pidiéndole a su señora madre que echara al carrito “una de esas ..rgas que están bien buenas”. No sé que me pasmó más, si ver que el niño no rebasada los ocho años o que la abnegada madre ni se inmutó por el vocabulario de su tierno angelito y echó al carrito el dulce al cual se refería su vástago.

Antes de ese episodio, por rumbos de atrás de catedral, me tocó ser rebasada en la banqueta por un grupo de preparatorianas, una de ellas con singular desparpajo le espetó a otra “vete a la ..rga”. La ausencia de sonrojo hacía pensar que la expresión era por demás de uso común entre ellas, quienes al escuchar las recriminaciones de los boleros que ahí trabajan los mandaron también a… allá, por ser unos “…nches viejos metiches”.

Esta su amiga está lejos de ser un ejemplo de urbanidad y buenas costumbres, pero cuando era niña decir “baboso” era una palabrota por la cual se podía llevar tremenda regañada, un pellizco y la advertencia “si te vuelvo a escuchar diciendo malas palabras te castigo”. Si Matriarca hubiera escuchado al niño del supermercado mal termina el chamaco de decir “ga” cuando le hubiera puesto una tunda para hacer historia y le habría implantado un castigo que todavía estaría vigente.

Ya en el transcurso de la segunda década de vida, uno iba sumando al léxico palabras altisonantes que los varones usaban en sus borracheras y las mujeres en las reuniones de amigas muy amigas. Sin embargo, aquel que en un alarde de malentendida hombría soltaba la palabra de marras inmediatamente era considerado como un borracho pesado, a quien difícilmente se volvería a invitar a las fiestas por mala copa. En el caso de las mujeres, esa palabra era permitida sólo para contar un chiste “colorado”, si alguna la sacaba de ese contexto más de una ceja se alzaba en señal de que se había pisado la línea que separa la audacia del mal gusto.

Cuando en los años 80’s el grupo español Los Farm López puso en las listas de popularidad La cabra, la rola se volvió imprescindible en todas las fiestas, tanto porque era la canción de moda como porque al amparo del anonimato que daba el bolón ahí nos tenía a todos, bien intrépidos, cantando “la cabra, la cabra, la ..uta de la cabra, la madre que la parió…” en lo brincábamos abrazados en círculo. La cabra más que invitar a bailar era el salvoconducto para decir “..uta” sin ofender a nadie.
Aún con esa licencia que daba la música, “..rga” seguía siendo una palabra de uso reservado y confidencial.

Una década después las nuevas juventudes encontraron en el grupo Molotov la estafeta para poder pronunciar “malas palabras” al amparo de una canción. En el habla del día a día el vete a la ..ingada seguía reinando y referirse a cualquier objeto o cosa como “esa madre” imperaba.

Así fue hasta que un día en el habla común decir “esa madre” o “esa ..ingadera” fue reemplazada por “esa ..rga”

Los del Departamento de Investigaciones de A dos de tres dicen que el Departamento de Letras de la Universidad Iberoamericana Ciudad de México realizó un estudio cuyos resultados indican que “el lenguaje de los universitarios puede limitarse a 200 palabras”. Los principales factores que originan esa tacañería son la falta de lectura (por más que nutra el morbo TV Chismes está lejos de ser literatura) y la influencia de los medios de comunicación.

Sobre eso último el estudio explica que tal influencia radica en que “hay limitaciones lingüísticas deliberadas, al concretarse a ‘una moda’ para hablar de manera muy restringida, sobre todo en los principales programas de televisión, los que más influyen en los jóvenes y generan esta pobreza” El artículo añade que “con unas cuantas palabras los jóvenes designan todo, una misma palabra la emplean de diversas maneras” cambiando el tono y sentido apenas lo suficiente para comunicarse.

Hoy, en Culiacán, las generaciones de jóvenes (y hasta niños) designan todo con la misma palabra que el diccionario define como “miembro genital de los mamíferos”. En A dos de tres el empleo indiscriminado de tal palabra se nos hace rudeza innecesaria y hace preguntarnos ¿Y de aquí qué sigue? ¿Cuál será la siguiente palabra que contribuirá a que el vocabulario de los jóvenes universitarios sea de 200 palabras en promedio? ¿Cuál será la nueva moda en el hablar?

Muchas gracias por leer éstas líneas y con ello hacer que esto valga la pena. Ya sabe, comentarios, sugerencias, invitaciones, mentadas y hasta felicitaciones por favor en adosdetres@hotmail.com

Que tenga una semana de sabias palabras.