lunes, 18 de octubre de 2010

A dos de tres

Marisa Pineda

Dicen por ahí que la moda es lo que dentro de diez años te va a parecer ridículo y a quienes nos tocó disfrutar con los horribles 80 sabemos cuánta razón tenía Gianni Versace, uno de los máximos exponentes de esa etapa, cuando afirmaba “no creo en el buen gusto”.

Se atribuye al filósofo Henry D. Thoreau la frase “cada generación se ríe de las viejas modas, pero sigue rigurosamente las nuevas” y así como vemos a la plebada de hoy en día reírse de los copetones, grandes hombreras y maquillaje cargado que lucen sus padres en las fotos ochenteras, también vemos como en los aparadores los cortes aglobados, los drapeados, las cadenas, los encajes, la tela de camiseta y la licra parecen como salidos de esas mismas imágenes.

Si bien los 70 estuvieron marcados por la era disco, y la moda que pautó la película Fiebre del Sábado por la Noche, a los 80 los marcaron, de inicio, cintas como Fama y Flashdance, merced a las cuales la ropa que usaban los bailarines para entrenar se volvió imprescindible.

Todo plebe que iba a ver Fama salía del cine cantando “rimember mai neim feeeim…” y queriendo ser bailarín o músico. La vocación del común duraba lo que la cinta en cartelera, pero lo que sí permanecía era el atuendo: mallones (como los que se llevan hoy), bajo camisetas a medio muslo (para las recatadas) o a la cadera (para las muy audaces). Sobre esas camisetas iban otras recortadas a la mitad de su largo. En la cabeza una ballerina, calzado como de bailarín de jazz (del jazz que se baila) y calentadores. Para completar el bailarín look, los bolsos eran como maletitas para gimnasio.

Ese estilo tenía versiones. La más popular consistía en suplir los mallones por pantalones de mezclilla ajustadísimos. Ahí nos tenía, aguja e hilo en mano cerrando las piernas de los jeans. Romper las costuras tratando de pasar infructuosamente el empeine, era señal de que había que soltarles tantito, apenas lo suficiente para alcanzar a meter el pié. Y sobre los pantalones calentadores, claro.

Luego vino la cinta Flashdance y ver a Jennifer Beals entrenando al ritmo frenético de Maniac, de Michael Sembello, trajo variaciones a la moda estilo bailarina. La más notoria fue el uso del cuello ojal para que cayera dejando al descubierto un hombro. La otra pieza que cambió notoriamente fue el calzado. El personaje de Beals entrenaba con zapatos de tacón alto. Los calentadores seguían vigentes.

Para entonces la tela de camiseta y los tejidos de punto eran los reyes de los aparadores. Los cortes amplios con anchos resortes en la parte inferior perjudicaban a todas; las chaparras se veían más chaparas, las de muslos gruesos se veían gordas, las gordas se veían más gordas. Para colmo uno añadía grandes aretes, muchas pulseras y un cinto ancho de elástico y hebilla grandota, con brillo. Entonces, como hoy, el atuendo no favorecía a nadie.

En cuanto al peinado, el pelo empezó a esponjarse del copete y a engominarse de los lados. En los hombres el mullet sentó sus reales; excepto el cantante Richard Marx no se conoce hasta la fecha a otro ser sobre la tierra que se vea bien con ese corte, ni los músicos country, por muy popular que sea entre ellos.

El look de estudiante de baile fue desplazado por los hombros marcados. La figura de triángulo invertido se lograba con la ayuda de varios pares de hombreras. En el afán de estar “in” no bastaba con las esponjas que traían de fábrica vestidos, camisas y sacos, era necesario subrayar la figura. Si para ello era necesario apilar dos o hasta tres pares de hombreras, a coserlas se ha dicho. Hasta la fecha, hay mucho atrapado en los 80 que sigue fiel a esos complementos.

En el pelo las leyes de la física se retaban diariamente para lograr el copetón. Ahí veía a hombres y mujeres acomodando el pelo en un vaso, rociándolo con espray aqua net o super punk y pasándole la secadora hasta lograr el alto deseado. Aquellos monumentos al copete sólo se eliminaban con champú, tratar de cepillarlo era tan doloroso como inútil.

A la moda seguirían los estampados fosforescentes, los que parecían planas de periódicos; las faldas largas a media pierna o al tobillo, lo mismo ceñidas que vaporosas (como Lady Di), con zapatos de piso con calcetas. Luego, la ropa interior se volvió exterior y emulando a Madonna o a Selena ir de antro en brasier bordado en pedrería era de lo más chic. Las prohibiciones familiares se evadían saliendo con una blusa y una vez fuera de casa quitársela. Copiar a Michael Jackson y sus casacas provocó que más de uno fuera confundido con botones.

En los pies, la moda era los zapatos de plástico, los “windies”. Si dijo “fuchi” es que los usó. Esos zapatos hacían que los pies sudaran hasta resbalar dentro del calzado. Imagínese en el verano culichi, la peste que dejaba uno al quitarse los cacles. La de la letra confiesa que tiró dos pares de windies por hediondos, otro más se le derritió de la suela tras estar mucho rato bajo el sol.

Si la moda en las mujeres era así de vistosa, la de los varones no se quedó atrás. Fue en los 80 cuando Gianni Versace llevó a los aparadores de Europa y de Miami, en particular, sus camisas en crema de seda con grandes dibujos de cadenas, gárgolas y la medusa característica de la casa Versace. Fue también entonces cuando, en ese estilo, aparecieron prendas ostentando hojas de mariguana y, por primera vez, (de Culiacán para el mundo) con el rostro de Jesús Malverde estampado.

Muchas gracias por leer éstas líneas y con ello hacer que esto valga la pena. Por favor, comentarios, sugerencias, invitaciones, mentadas y hasta felicitaciones en adosdetres@hotmail.com

Que tenga una semana de buen gusto.