lunes, 9 de agosto de 2010

A dos de tres

Marisa Pineda

Es un día cualquiera, tuvo un momento libre y algunos pesos en la bolsa, recordó que hace rato no va al cine y decide darse el gusto. Compra su boleto, palomitas y refresco. Entra a la sala, se acomoda y de pronto siente el inconfundible y molesto movimiento: están pateando su butaca. Apenas voltea para ver al responsable, un celular suena dos filas más delante y una andanada de “sshhh” se vuelve chunga.
Apenas se apagan las luces un grupo de mozalbetes anuncia su llegada a voz en cuello: “ya llegué” y comparten con el público su catálogo de leperadas. El cine.

Cuando los hermanos Lumiére proyectaron la salida de los obreros de una fábrica, por allá en 1895, en Francia, quizás no se imaginaron siquiera que el cinematógrafo que patentaron fuera a crear tan diversos géneros de películas, como de tipos de público.
Porque así como hay películas cómicas, de terror, etcétera, así también están los tipos de público. Esos que parecen pagar el boleto más que para ver el filme, para echarle a perder a los demás el momento.

Así, están los voceadores. Pubertos o adolescentes tardíos quienes van al cine en grupos de más de tres. En cuanto cruzan la puerta el grito “ya llegué” del líder es secundado por los compinches. Buscan los asientos en las filas superiores para, desde ahí, dominar la sala y burlarse de todo quien entra. Casi siempre uno se les queda rezagado y cuando llega (ese si calladito, sin la protección del anonimato que da el grupo), lo guían a ellos indicándole el camino a gritos y majaderías. Si divisan a algún conocido que va con la novia, la carrilla es irremediable. Si encuentran una camarilla similar ya se amoló el público porque la guerra verbal será implacable.

La despistada. Casi siempre se trata de mujeres. Entra viandas en mano, divisa para todos lados, no encuentra a la compañera (invariablemente es compañera) y comienza a llamarla tímidamente. Fulana, Fulana. Por allá puede que se levante una mano para señalarle la meta. En ocasiones la despistada suele ser auxiliada por los voceadores, quienes, en casos así, son proclives a brindar un servicio social. Hará apenas unos días, a la de la letra le tocó presenciar a una muchacha como la descrita llamando tímidamente a Marilú, para pronto los voceadores, cual coro de madrigalistas, comenzaron a gritar Marisol. “No es Marisol, es Marilú” aclaró la chamaca, se hizo la corrección inmediatamente y Marilú levantó su manita filas abajo. El grito al servicio del público.

El considerado. Luego de que por fin medio se logró el silencio en la sala, suena un celular y para que se note suena con un timbre bien ridículo o con el éxito del momento. Ahí está Usted, tratando de entender los sueños dentro de los sueños de El Origen cuando Los Recoditos lo regresan de su abstracción cantándole el estribillo “Ando bien pedo, bien loco, cantándole al recuerdo mis penas, gritándole al olvido”. Pero resulta que el dueño del teléfono es un tipo considerado, que sintió todas las miradas en su espalda y habla en lo que él cree es voz baja: “Güey, no puedo hablar, estoy en el cine. QUE NO PUEDO HABLAR, estoy en el cine, te hablo luego”. Toda la sala, pues, se entera de que es un tipo considerado que no puede hablar porque está en el cine, pero la consideración no le da ni para contestar afuera, ni para acallar el timbre del aparato.

Los comentaristas. Casi siempre se trata de una pareja en que el varón trata de impresionar a la chica con su capacidad de análisis y deducción. “Lo va a matar”. Siguiente escena: “Ves, qué te dije, que lo iba a matar”. Siguiente toma “Ese fue”. “Ves qué te dije, que ese era, no, si se veía clarito que ese era”. Y así hasta llegar al ansiado The End.

El crítico. Suele ser un chamaco que luego de descubrir que existen películas en otros idiomas, además del inglés y el español, se cree que la cinta no lo merece. Cada tantos minutos emite su opinión lo suficientemente alto para que quienes lo acompañan, y los de la filas inmediatas lo escuchen: “pues las tomas no me convencen, y el argumento está dos tres, la fotografía como que no es muy buena” y así sucesivamente hasta que aparece la palabra Fin.

El foco de infección. Ahí está Usted, metido en la trama, apaciguando el ansia con palomitas y refresco cuando de pronto siente algo en su espalda, algo húmedo, instintivamente se lleva la mano y de pronto repara en que esa humedad fue precedida de un ¡COF! ¡COF! emitido por el que está en la fila de atrás. En ese momento pasan por su mente todos los anuncios y recomendaciones sobre la influenza que vio y escuchó. El vecino continuará con su ataque de tos, carraspeará y escupirá y Usted, se tallará una y otra vez la mano en la butaca, dejará sus palomitas y clamará por un chorrito de gel antibacterial.

El equivocado. Hay cinco salas en el complejo de cine, en cuatro de ellas se exhiben películas para niños. Sólo una proyecta algo para adolescentes y adultos, y esa es a la que va Usted. Se acomoda en el asiento y una voz infantil indica que alguien, cercano a su lugar, se brincó la clasificación y llevó a sus chamacos cuyas edades no rebasan los seis años. Esta su amiga fue a ver El Origen, un señor llegó con sus dos plebes y se sentó en la fila de atrás. En lo que la escuincla acababa con un tambo jumbo de palomitas y un vaso igual de refresco, el pater familia le inventaba subtítulos a la plebe que en cada diálogo exigía: “qué dicen papá”. Cuando se terminó el bastimento, la chamaca empezó a cantar y a bailar y ahí me tiene Usted, entre el “Je ne regrette rien” de Edith Piaf y las rolas de Patito, en versión doméstica.

Muchas gracias por leer estas líneas y con ello hacer que esto valga la pena. Por favor, comentarios, sugerencias, invitaciones, mentadas y hasta felicitaciones en adosdetres@hotmail.com

Que tenga una semana de película.