A dos de tres
Marisa Pineda
¡Ah! Que inche calor está haciendo, buen día.
Ese es el saludo culichi para los veranos. “¡Ah! Que inche calor está haciendo” es prefijo para buen día, buena tarde o buena noche; para solicitar un vaso de agua (a que inche calor está haciendo, por favor dame un vaso de agua); para avisar que ya llegó a casa (a que inche calor está haciendo, vengo empapado), o que ya salió con rumbo a equis lugar (a que inche calor está haciendo, ni modo, me voy por la sombra). En las pocas expresiones que se salvan del prefijo está el “bueno” con el cual se contesta el teléfono.
Tanto espray para levantar y sostener los copetones que se usaron en los horribles 80’s no fueron en vano. Ese reto de los peinados a la ley de gravedad debió tener su precio, y así fue el agujero que le hicimos a la capa de ozono a punta de acua net y de super punk, que ahora estamos pagando las consecuencias con un sol inclemente y un calor que no perdona.
Por la mañana no hay prenda lo suficientemente fresca. Si son pantalones de mezclilla
siente como se pegan al cuerpo; si son de gabardina en color claro, las marcas delatarán en qué parte está sudando. En blusas y camisas basta ver la sisa de las mangas para saber si el antitranspirante es tan efectivo como dice el envase.
Por la noche, todo fuera como dormir semidesnudo o totalmente bichi; si por cualquier motivo emplea pijama no está exento de pegar un brinco al creer que lo que se desliza por su espalda es algún insecto, en vez de un hilo de sudor.
Dicen que nadie sabe lo que tiene hasta que lo ve perdido. A la de la letra le tocó todavía un cachito de los veranos culichis en que al caer la noche, se cerraban rejas y zaguanes, se abrían las puertas y ventanas y, se sacaban al patio los catres. Esos muebles tan sencillos como frescos.
Por su frescura y practicidad los catres eran un mueble presente en gran parte de los hogares del Culiacán de entonces. Los había de lona o de jarcia, cada uno con sus pros y sus contras. Los de lona eran la mar de frescos, sólo había que ponerles alguna sábana encima, una almohada y listo, a descansar se ha dicho. El inconveniente era que la lona, asegurada con tachuelas, se iba rayendo con el uso y, cuando menos lo esperaba, el más dulce sueño era interrumpido por el grito de susto y dolor de aquel que había ido a dar contra el suelo porque la lona cedió. No fueron pocos los casos en que al preguntar el origen de algún chipote o morete la respuesta fue “me caí, el catre se rompió”.
Como para todo hay maña (menos para la muerte) si era la primera vez que se rompía la lona, a esta se le hacía un doblez y se volvía a asegurar con tachuelas. Una vez reparada la tela, se trepaba al catre despacio, cuidando el peso que se iba añadiendo a medida que uno subía. Una vez con todo el cuerpo arriba, si no azotaba de inmediato significaba que la compostura había funcionado. Aún así, se acostaba preocupado por no sumar un nuevo golpe, en cuanto el sueño lo vencía se acababa tal pendiente. Así pasaban los días hasta que ahí va de nuevo al suelo, para que no se le olvidara que todo por servir se acaba y acaba por no servir.
Los catres de jarcia no se rompían como los de lona, su inconveniente era que picaban. A los catres de jarcia no bastaba con cubrirlos con una sábana o alguna colcha delgada, pues los hilos de la fibra lograban traspasarlas y se clavaban incómodamente en la humanidad del durmiente. Había que ponerles una colchoneta encima para poder utilizarlos; esa colchoneta era la que los hacía menos frescos que los de lona, y aunque también la jarcia se rompía, resultaba sí, más durable.
Cuando se tendía el catre se revisaba que estuviera libre de arañas, chinches, alacranes o algún insecto que encontrara en la madera del catre el mejor lugar para esconderse y hospedarse, produciendo al usuario algún piquete que fuera de incómodo a grave.
Pero había algo que no solía revisarse y era el punto débil de todo catre: la tuerca y el tornillo que sostenían las patas. De tanto ponerse y quitarse era común que fueran tomando juego sin que el usuario se percatara. Escuchar en medio de la noche el sonido “klinc” significaba que la caída era inminente, más tardaba en decir “¡el tornillo!” que en oír y/o sentir el golpe.
La modernidad popularizó los catres de campaña y cada vez fue más difícil encontrar catres de lona o jarcia, o las piezas para repararlos. Los de campaña tenían el gran inconveniente en que si no los desdoblaba o no los aseguraba bien la caída era temprana y estrepitosa. Además, había que tener mucho cuidado en que los resortes que sostenían el peso no tocaran el cuerpo porque el pellizcón era dolorosísimo.
La presencia de los catres de campaña en los hogares culichis fue efímera. Culiacán estaba cambiando. Dejó de ser seguro dormir en el patio de su propia casa, las rejas y los zaguanes se reforzaron, a las ventanas se les colocaron mayores protecciones y se cerraron, y a las puertas se les añadieron chapas de seguridad. Comenzaba una nueva época.
Muchas gracias por leer éstas líneas y con ello hacer que esto valga la pena. Ya sabe, comentarios, sugerencias, invitaciones, mentadas y hasta felicitaciones por favor en adosdetres@hotmail.com
Que tenga una semana en puertas y ventanas estén abiertas a la felicidad.