A dos de tres
Marisa Pineda
Shalalala la-la el futuro es milenario. Shalalala-la ahí vamos paso a paso.
Canción motivadora habemus para los festejos del Bicentenario, y prepárese para escucharla a ritmo de bolero, mariachi, son, danzón, cumbia y chachachá, en las voces del mismísimo Aleks Syntek, creador de la música de la ronda -me equivoqué, quise decir de la rola-, de Daniela Romo y de Lila Downs, entre otros.
Estamos a menos de un mes de los festejos por los 200 años de la Independencia Nacional; así lo indican las efemérides, los libros de historia de México y los relojes del bicentenario (esos armatostes que parecen bombas de tiempo) que los encargados de los festejos oficiales colocaron por todo el país. Y a menos de un mes, el jolgorio que debe estar sustentado en un legítimo orgullo nacional, cada vez está más cuestionado y sometido al humor popular.
El cuestionamiento comenzó cuando más de uno levantó al ceja al enterarse que sin licitación de por medio se adjudicó al australiano Ric Birch, director de Spectak Productions, la producción artística de parte de los festejos del 15 de Septiembre. Esa parte abarca el desfile de carros alegóricos por el Centro Histórico y el Paseo de la Reforma en la capital país, para ello, el Gobierno Federal pagará a Instantia Producciones, la empresa que Birch instaló en México para tal fin, 2 mil 971 millones de pesos, moneda nacional.
Por cierto, Instantia solicita voluntarios (vo-lun-ta-rios, que no empleados) para participar como artistas y en el área técnica y logística de dichos espectáculos. Los interesados pueden enviar su curriculum al programa “Yo sí me apunto a la celebración de nuestra identidad”, quienes sean reclutados deberán firmar a favor de Instantia Producciones carta de autorización de uso y reproducción de imagen, declaración de liberación de responsabilidad y un acuerdo de confidencialidad (lo que pasa ahí se queda ahí). El anuncio está en todos los sitios de internet con ofertas de trabajo. En la parte de los comentarios muchos dicen “no pagan”, pero hay otros tantos que sí quieren participar. A lo mejor no pagan pero tampoco te piden que te biches para ser parte de una foto.
Los del Departamento de investigaciones de A dos de tres señalan: la empresa es garantía de que pase lo que pase habrá espectáculo. Spectak Productions fue la encargada de las ceremonias inaugurales de los Juegos Olímpicos de Los Ángeles, Barcelona, Sydney y Beijing. Los de Barcelona se recuerdan porque el encendido del fuego olímpico lo hizo un atleta paralímpico que lanzó una flecha en llama, después se supo que había un mecanismo para que la flama encendiera le atinara o no. En Beijing se cuestionó que la niña que cantó el himno hizo play-back, que los chamacos que desfilaron representando las etnias chinas no eran de esas etnias (aunque sí eran chinos) y que la pirotecnia, tan impresionante, estaba respaldada por un programa de computadora, de tal forma que si el cohete se cebaba en las pantallas de los televisores del planeta ni quien se enterara. Dicen los de Investigaciones de A dos de tres que para muchos eso puede ser chapuza, embuste, pero también es el Plan B para que nada salga mal y si sale mal no se note, y el espectador quede satisfecho del espectáculo.
Sobre los dineros de los festejos la ceja ha seguido levantándose a medida que uno se entera que además del contrato a Instantia Producciones hay otro para Vivace Producciones, que se encargará del espectáculo multimedia en el Palacio Nacional, y uno más a favor de Corporación Interamericana de Entretenimiento, para la organización de los Niños del Bicentenario. También, porque no se sabe cómo van las cuentas en el Fideicomiso Bicentenario que se abrió en el Banco Nacional del Ejército, Fuerza Aérea y Armada (Banjercito) por mil 627 millones de pesos, y porque tampoco se ha dicho cómo van los números con los tres mil millones de pesos que aprobó la Cámara de Diputados, tiempo ha, para la restauración y mejoramiento de teatros con 100 y 50 años de antiguedad, escuelas de educación artística y zonas arqueológicas, también en el marco de la celebración.
Más se arquea la ceja cuando a la danza de las cifras del Bicentenario llegan como invitados incómodos los números del último informe de Gobierno del Presidente de la República, Felipe Calderón: Hay 12.2 millones de mexicanos que padecen pobreza alimentaria (Septiembre 1° de 2009); así como los resultados de la Metodología oficial para la medición multidimensional de la pobreza en México (así se llama, en serio) que indican: hay 2.68 millones de indígenas en pobreza extrema, con rezago educativo, sin acceso a los servicios de salud y seguridad social, sin calidad de vivienda (a veces sin vivienda) y con graves problemas de alimentación (y a veces sin alimentación). Además, hay otros 2.49 millones a punto de sumárseles. Ese resultado lo presentó el Consejo Nacional de Evaluación de las Políticas de Desarrollo Social este 9 de agosto, en el marco del Día Internacional de los Pueblos Indígenas.
Diez días después, el 19 de agosto, en conferencia de prensa, el secretario de Educación Pública, Alonso Lujambio, dio a conocer con bombo y platillo la música del Bicentenario, “El futuro es milenario”, que entre su letra dice: “Nacimos para cantar, nacimos para bailar, nacimos en el lugar del Cielito Lindo. Más siglos para el amor, más siglos para el color, más siglos de una canción serán bienvenidos”. Para pronto, en internet empezaron a circular versiones como la que retoma: “No hay nada que celebrar, si estamos en la miseria, dos siglos de libertad y nos ha ido como en feria. Los curas si están gozosos en este bicentenario recordarán orgullosos que excomulgaron a Hidalgo” y sigue.
La música de “El futuro es milenario” es de Aleks Syntek, quien consternado porque su tonada fue apabullada en los comentarios en las principales redes sociales, anunció que se retiraría de Twitter (en éstos tiempos de mundos virtuales eso debe ser el equivalente a cortarse las venas con bolitas de algodón, más porque anticipó que el retiro es momentáneo). En tanto, Jaime López, el creador del Blue Demon Blues (“vamos a’i, vamos a’i, Blue Demon vamos a’i!), de Sácalo (“si tuviera religión me pondría a analizar, si tuviera ideología me pondría a rezar..”) y también creador de la letra de El futuro es milenario, dijo en la presentación, muy cargado de razón: “cada quien tiene el Gobierno y la música que se merece”.
Al tercer día, el secretario Lujambio reculó y dijo que El futuro milenario no es la canción oficial del Bicentenario. Como el propio Jaime López bien dijera en otra de sus rolas: “transeando de arriba abajo, ahí va la chilanga banda, chin chin si me la recuerdan, carcacha y se les retacha”.
Muchas gracias por leer estas líneas y con ello hacer que esto valga la pena. Por favor, comentarios, sugerencias, invitaciones, mentadas y hasta felicitaciones en adosdetres@hotmail.com
Que tenga una semana de celebración. Shalalala-la lo bueno está comenzando, shalalala-la…
Marisa Pineda es del mero Sinaloa. Fanática de la lucha libre. Adicta a los chocolates. Le gusta el café, la comida chatarra (y la no chatarra también), las flores, el vino blanco, leer, la música y los viernes. Cree en la reencarnación y en el poder de la fe. Es totalmente neurótica y peligrosamente despistada.
lunes, 23 de agosto de 2010
lunes, 9 de agosto de 2010
A dos de tres
Marisa Pineda
Es un día cualquiera, tuvo un momento libre y algunos pesos en la bolsa, recordó que hace rato no va al cine y decide darse el gusto. Compra su boleto, palomitas y refresco. Entra a la sala, se acomoda y de pronto siente el inconfundible y molesto movimiento: están pateando su butaca. Apenas voltea para ver al responsable, un celular suena dos filas más delante y una andanada de “sshhh” se vuelve chunga.
Apenas se apagan las luces un grupo de mozalbetes anuncia su llegada a voz en cuello: “ya llegué” y comparten con el público su catálogo de leperadas. El cine.
Cuando los hermanos Lumiére proyectaron la salida de los obreros de una fábrica, por allá en 1895, en Francia, quizás no se imaginaron siquiera que el cinematógrafo que patentaron fuera a crear tan diversos géneros de películas, como de tipos de público.
Porque así como hay películas cómicas, de terror, etcétera, así también están los tipos de público. Esos que parecen pagar el boleto más que para ver el filme, para echarle a perder a los demás el momento.
Así, están los voceadores. Pubertos o adolescentes tardíos quienes van al cine en grupos de más de tres. En cuanto cruzan la puerta el grito “ya llegué” del líder es secundado por los compinches. Buscan los asientos en las filas superiores para, desde ahí, dominar la sala y burlarse de todo quien entra. Casi siempre uno se les queda rezagado y cuando llega (ese si calladito, sin la protección del anonimato que da el grupo), lo guían a ellos indicándole el camino a gritos y majaderías. Si divisan a algún conocido que va con la novia, la carrilla es irremediable. Si encuentran una camarilla similar ya se amoló el público porque la guerra verbal será implacable.
La despistada. Casi siempre se trata de mujeres. Entra viandas en mano, divisa para todos lados, no encuentra a la compañera (invariablemente es compañera) y comienza a llamarla tímidamente. Fulana, Fulana. Por allá puede que se levante una mano para señalarle la meta. En ocasiones la despistada suele ser auxiliada por los voceadores, quienes, en casos así, son proclives a brindar un servicio social. Hará apenas unos días, a la de la letra le tocó presenciar a una muchacha como la descrita llamando tímidamente a Marilú, para pronto los voceadores, cual coro de madrigalistas, comenzaron a gritar Marisol. “No es Marisol, es Marilú” aclaró la chamaca, se hizo la corrección inmediatamente y Marilú levantó su manita filas abajo. El grito al servicio del público.
El considerado. Luego de que por fin medio se logró el silencio en la sala, suena un celular y para que se note suena con un timbre bien ridículo o con el éxito del momento. Ahí está Usted, tratando de entender los sueños dentro de los sueños de El Origen cuando Los Recoditos lo regresan de su abstracción cantándole el estribillo “Ando bien pedo, bien loco, cantándole al recuerdo mis penas, gritándole al olvido”. Pero resulta que el dueño del teléfono es un tipo considerado, que sintió todas las miradas en su espalda y habla en lo que él cree es voz baja: “Güey, no puedo hablar, estoy en el cine. QUE NO PUEDO HABLAR, estoy en el cine, te hablo luego”. Toda la sala, pues, se entera de que es un tipo considerado que no puede hablar porque está en el cine, pero la consideración no le da ni para contestar afuera, ni para acallar el timbre del aparato.
Los comentaristas. Casi siempre se trata de una pareja en que el varón trata de impresionar a la chica con su capacidad de análisis y deducción. “Lo va a matar”. Siguiente escena: “Ves, qué te dije, que lo iba a matar”. Siguiente toma “Ese fue”. “Ves qué te dije, que ese era, no, si se veía clarito que ese era”. Y así hasta llegar al ansiado The End.
El crítico. Suele ser un chamaco que luego de descubrir que existen películas en otros idiomas, además del inglés y el español, se cree que la cinta no lo merece. Cada tantos minutos emite su opinión lo suficientemente alto para que quienes lo acompañan, y los de la filas inmediatas lo escuchen: “pues las tomas no me convencen, y el argumento está dos tres, la fotografía como que no es muy buena” y así sucesivamente hasta que aparece la palabra Fin.
El foco de infección. Ahí está Usted, metido en la trama, apaciguando el ansia con palomitas y refresco cuando de pronto siente algo en su espalda, algo húmedo, instintivamente se lleva la mano y de pronto repara en que esa humedad fue precedida de un ¡COF! ¡COF! emitido por el que está en la fila de atrás. En ese momento pasan por su mente todos los anuncios y recomendaciones sobre la influenza que vio y escuchó. El vecino continuará con su ataque de tos, carraspeará y escupirá y Usted, se tallará una y otra vez la mano en la butaca, dejará sus palomitas y clamará por un chorrito de gel antibacterial.
El equivocado. Hay cinco salas en el complejo de cine, en cuatro de ellas se exhiben películas para niños. Sólo una proyecta algo para adolescentes y adultos, y esa es a la que va Usted. Se acomoda en el asiento y una voz infantil indica que alguien, cercano a su lugar, se brincó la clasificación y llevó a sus chamacos cuyas edades no rebasan los seis años. Esta su amiga fue a ver El Origen, un señor llegó con sus dos plebes y se sentó en la fila de atrás. En lo que la escuincla acababa con un tambo jumbo de palomitas y un vaso igual de refresco, el pater familia le inventaba subtítulos a la plebe que en cada diálogo exigía: “qué dicen papá”. Cuando se terminó el bastimento, la chamaca empezó a cantar y a bailar y ahí me tiene Usted, entre el “Je ne regrette rien” de Edith Piaf y las rolas de Patito, en versión doméstica.
Muchas gracias por leer estas líneas y con ello hacer que esto valga la pena. Por favor, comentarios, sugerencias, invitaciones, mentadas y hasta felicitaciones en adosdetres@hotmail.com
Que tenga una semana de película.
Marisa Pineda
Es un día cualquiera, tuvo un momento libre y algunos pesos en la bolsa, recordó que hace rato no va al cine y decide darse el gusto. Compra su boleto, palomitas y refresco. Entra a la sala, se acomoda y de pronto siente el inconfundible y molesto movimiento: están pateando su butaca. Apenas voltea para ver al responsable, un celular suena dos filas más delante y una andanada de “sshhh” se vuelve chunga.
Apenas se apagan las luces un grupo de mozalbetes anuncia su llegada a voz en cuello: “ya llegué” y comparten con el público su catálogo de leperadas. El cine.
Cuando los hermanos Lumiére proyectaron la salida de los obreros de una fábrica, por allá en 1895, en Francia, quizás no se imaginaron siquiera que el cinematógrafo que patentaron fuera a crear tan diversos géneros de películas, como de tipos de público.
Porque así como hay películas cómicas, de terror, etcétera, así también están los tipos de público. Esos que parecen pagar el boleto más que para ver el filme, para echarle a perder a los demás el momento.
Así, están los voceadores. Pubertos o adolescentes tardíos quienes van al cine en grupos de más de tres. En cuanto cruzan la puerta el grito “ya llegué” del líder es secundado por los compinches. Buscan los asientos en las filas superiores para, desde ahí, dominar la sala y burlarse de todo quien entra. Casi siempre uno se les queda rezagado y cuando llega (ese si calladito, sin la protección del anonimato que da el grupo), lo guían a ellos indicándole el camino a gritos y majaderías. Si divisan a algún conocido que va con la novia, la carrilla es irremediable. Si encuentran una camarilla similar ya se amoló el público porque la guerra verbal será implacable.
La despistada. Casi siempre se trata de mujeres. Entra viandas en mano, divisa para todos lados, no encuentra a la compañera (invariablemente es compañera) y comienza a llamarla tímidamente. Fulana, Fulana. Por allá puede que se levante una mano para señalarle la meta. En ocasiones la despistada suele ser auxiliada por los voceadores, quienes, en casos así, son proclives a brindar un servicio social. Hará apenas unos días, a la de la letra le tocó presenciar a una muchacha como la descrita llamando tímidamente a Marilú, para pronto los voceadores, cual coro de madrigalistas, comenzaron a gritar Marisol. “No es Marisol, es Marilú” aclaró la chamaca, se hizo la corrección inmediatamente y Marilú levantó su manita filas abajo. El grito al servicio del público.
El considerado. Luego de que por fin medio se logró el silencio en la sala, suena un celular y para que se note suena con un timbre bien ridículo o con el éxito del momento. Ahí está Usted, tratando de entender los sueños dentro de los sueños de El Origen cuando Los Recoditos lo regresan de su abstracción cantándole el estribillo “Ando bien pedo, bien loco, cantándole al recuerdo mis penas, gritándole al olvido”. Pero resulta que el dueño del teléfono es un tipo considerado, que sintió todas las miradas en su espalda y habla en lo que él cree es voz baja: “Güey, no puedo hablar, estoy en el cine. QUE NO PUEDO HABLAR, estoy en el cine, te hablo luego”. Toda la sala, pues, se entera de que es un tipo considerado que no puede hablar porque está en el cine, pero la consideración no le da ni para contestar afuera, ni para acallar el timbre del aparato.
Los comentaristas. Casi siempre se trata de una pareja en que el varón trata de impresionar a la chica con su capacidad de análisis y deducción. “Lo va a matar”. Siguiente escena: “Ves, qué te dije, que lo iba a matar”. Siguiente toma “Ese fue”. “Ves qué te dije, que ese era, no, si se veía clarito que ese era”. Y así hasta llegar al ansiado The End.
El crítico. Suele ser un chamaco que luego de descubrir que existen películas en otros idiomas, además del inglés y el español, se cree que la cinta no lo merece. Cada tantos minutos emite su opinión lo suficientemente alto para que quienes lo acompañan, y los de la filas inmediatas lo escuchen: “pues las tomas no me convencen, y el argumento está dos tres, la fotografía como que no es muy buena” y así sucesivamente hasta que aparece la palabra Fin.
El foco de infección. Ahí está Usted, metido en la trama, apaciguando el ansia con palomitas y refresco cuando de pronto siente algo en su espalda, algo húmedo, instintivamente se lleva la mano y de pronto repara en que esa humedad fue precedida de un ¡COF! ¡COF! emitido por el que está en la fila de atrás. En ese momento pasan por su mente todos los anuncios y recomendaciones sobre la influenza que vio y escuchó. El vecino continuará con su ataque de tos, carraspeará y escupirá y Usted, se tallará una y otra vez la mano en la butaca, dejará sus palomitas y clamará por un chorrito de gel antibacterial.
El equivocado. Hay cinco salas en el complejo de cine, en cuatro de ellas se exhiben películas para niños. Sólo una proyecta algo para adolescentes y adultos, y esa es a la que va Usted. Se acomoda en el asiento y una voz infantil indica que alguien, cercano a su lugar, se brincó la clasificación y llevó a sus chamacos cuyas edades no rebasan los seis años. Esta su amiga fue a ver El Origen, un señor llegó con sus dos plebes y se sentó en la fila de atrás. En lo que la escuincla acababa con un tambo jumbo de palomitas y un vaso igual de refresco, el pater familia le inventaba subtítulos a la plebe que en cada diálogo exigía: “qué dicen papá”. Cuando se terminó el bastimento, la chamaca empezó a cantar y a bailar y ahí me tiene Usted, entre el “Je ne regrette rien” de Edith Piaf y las rolas de Patito, en versión doméstica.
Muchas gracias por leer estas líneas y con ello hacer que esto valga la pena. Por favor, comentarios, sugerencias, invitaciones, mentadas y hasta felicitaciones en adosdetres@hotmail.com
Que tenga una semana de película.
miércoles, 4 de agosto de 2010
A dos de tres
Marisa Pineda
¡Ah! Que inche calor está haciendo, buen día.
Ese es el saludo culichi para los veranos. “¡Ah! Que inche calor está haciendo” es prefijo para buen día, buena tarde o buena noche; para solicitar un vaso de agua (a que inche calor está haciendo, por favor dame un vaso de agua); para avisar que ya llegó a casa (a que inche calor está haciendo, vengo empapado), o que ya salió con rumbo a equis lugar (a que inche calor está haciendo, ni modo, me voy por la sombra). En las pocas expresiones que se salvan del prefijo está el “bueno” con el cual se contesta el teléfono.
Tanto espray para levantar y sostener los copetones que se usaron en los horribles 80’s no fueron en vano. Ese reto de los peinados a la ley de gravedad debió tener su precio, y así fue el agujero que le hicimos a la capa de ozono a punta de acua net y de super punk, que ahora estamos pagando las consecuencias con un sol inclemente y un calor que no perdona.
Por la mañana no hay prenda lo suficientemente fresca. Si son pantalones de mezclilla
siente como se pegan al cuerpo; si son de gabardina en color claro, las marcas delatarán en qué parte está sudando. En blusas y camisas basta ver la sisa de las mangas para saber si el antitranspirante es tan efectivo como dice el envase.
Por la noche, todo fuera como dormir semidesnudo o totalmente bichi; si por cualquier motivo emplea pijama no está exento de pegar un brinco al creer que lo que se desliza por su espalda es algún insecto, en vez de un hilo de sudor.
Dicen que nadie sabe lo que tiene hasta que lo ve perdido. A la de la letra le tocó todavía un cachito de los veranos culichis en que al caer la noche, se cerraban rejas y zaguanes, se abrían las puertas y ventanas y, se sacaban al patio los catres. Esos muebles tan sencillos como frescos.
Por su frescura y practicidad los catres eran un mueble presente en gran parte de los hogares del Culiacán de entonces. Los había de lona o de jarcia, cada uno con sus pros y sus contras. Los de lona eran la mar de frescos, sólo había que ponerles alguna sábana encima, una almohada y listo, a descansar se ha dicho. El inconveniente era que la lona, asegurada con tachuelas, se iba rayendo con el uso y, cuando menos lo esperaba, el más dulce sueño era interrumpido por el grito de susto y dolor de aquel que había ido a dar contra el suelo porque la lona cedió. No fueron pocos los casos en que al preguntar el origen de algún chipote o morete la respuesta fue “me caí, el catre se rompió”.
Como para todo hay maña (menos para la muerte) si era la primera vez que se rompía la lona, a esta se le hacía un doblez y se volvía a asegurar con tachuelas. Una vez reparada la tela, se trepaba al catre despacio, cuidando el peso que se iba añadiendo a medida que uno subía. Una vez con todo el cuerpo arriba, si no azotaba de inmediato significaba que la compostura había funcionado. Aún así, se acostaba preocupado por no sumar un nuevo golpe, en cuanto el sueño lo vencía se acababa tal pendiente. Así pasaban los días hasta que ahí va de nuevo al suelo, para que no se le olvidara que todo por servir se acaba y acaba por no servir.
Los catres de jarcia no se rompían como los de lona, su inconveniente era que picaban. A los catres de jarcia no bastaba con cubrirlos con una sábana o alguna colcha delgada, pues los hilos de la fibra lograban traspasarlas y se clavaban incómodamente en la humanidad del durmiente. Había que ponerles una colchoneta encima para poder utilizarlos; esa colchoneta era la que los hacía menos frescos que los de lona, y aunque también la jarcia se rompía, resultaba sí, más durable.
Cuando se tendía el catre se revisaba que estuviera libre de arañas, chinches, alacranes o algún insecto que encontrara en la madera del catre el mejor lugar para esconderse y hospedarse, produciendo al usuario algún piquete que fuera de incómodo a grave.
Pero había algo que no solía revisarse y era el punto débil de todo catre: la tuerca y el tornillo que sostenían las patas. De tanto ponerse y quitarse era común que fueran tomando juego sin que el usuario se percatara. Escuchar en medio de la noche el sonido “klinc” significaba que la caída era inminente, más tardaba en decir “¡el tornillo!” que en oír y/o sentir el golpe.
La modernidad popularizó los catres de campaña y cada vez fue más difícil encontrar catres de lona o jarcia, o las piezas para repararlos. Los de campaña tenían el gran inconveniente en que si no los desdoblaba o no los aseguraba bien la caída era temprana y estrepitosa. Además, había que tener mucho cuidado en que los resortes que sostenían el peso no tocaran el cuerpo porque el pellizcón era dolorosísimo.
La presencia de los catres de campaña en los hogares culichis fue efímera. Culiacán estaba cambiando. Dejó de ser seguro dormir en el patio de su propia casa, las rejas y los zaguanes se reforzaron, a las ventanas se les colocaron mayores protecciones y se cerraron, y a las puertas se les añadieron chapas de seguridad. Comenzaba una nueva época.
Muchas gracias por leer éstas líneas y con ello hacer que esto valga la pena. Ya sabe, comentarios, sugerencias, invitaciones, mentadas y hasta felicitaciones por favor en adosdetres@hotmail.com
Que tenga una semana en puertas y ventanas estén abiertas a la felicidad.
Marisa Pineda
¡Ah! Que inche calor está haciendo, buen día.
Ese es el saludo culichi para los veranos. “¡Ah! Que inche calor está haciendo” es prefijo para buen día, buena tarde o buena noche; para solicitar un vaso de agua (a que inche calor está haciendo, por favor dame un vaso de agua); para avisar que ya llegó a casa (a que inche calor está haciendo, vengo empapado), o que ya salió con rumbo a equis lugar (a que inche calor está haciendo, ni modo, me voy por la sombra). En las pocas expresiones que se salvan del prefijo está el “bueno” con el cual se contesta el teléfono.
Tanto espray para levantar y sostener los copetones que se usaron en los horribles 80’s no fueron en vano. Ese reto de los peinados a la ley de gravedad debió tener su precio, y así fue el agujero que le hicimos a la capa de ozono a punta de acua net y de super punk, que ahora estamos pagando las consecuencias con un sol inclemente y un calor que no perdona.
Por la mañana no hay prenda lo suficientemente fresca. Si son pantalones de mezclilla
siente como se pegan al cuerpo; si son de gabardina en color claro, las marcas delatarán en qué parte está sudando. En blusas y camisas basta ver la sisa de las mangas para saber si el antitranspirante es tan efectivo como dice el envase.
Por la noche, todo fuera como dormir semidesnudo o totalmente bichi; si por cualquier motivo emplea pijama no está exento de pegar un brinco al creer que lo que se desliza por su espalda es algún insecto, en vez de un hilo de sudor.
Dicen que nadie sabe lo que tiene hasta que lo ve perdido. A la de la letra le tocó todavía un cachito de los veranos culichis en que al caer la noche, se cerraban rejas y zaguanes, se abrían las puertas y ventanas y, se sacaban al patio los catres. Esos muebles tan sencillos como frescos.
Por su frescura y practicidad los catres eran un mueble presente en gran parte de los hogares del Culiacán de entonces. Los había de lona o de jarcia, cada uno con sus pros y sus contras. Los de lona eran la mar de frescos, sólo había que ponerles alguna sábana encima, una almohada y listo, a descansar se ha dicho. El inconveniente era que la lona, asegurada con tachuelas, se iba rayendo con el uso y, cuando menos lo esperaba, el más dulce sueño era interrumpido por el grito de susto y dolor de aquel que había ido a dar contra el suelo porque la lona cedió. No fueron pocos los casos en que al preguntar el origen de algún chipote o morete la respuesta fue “me caí, el catre se rompió”.
Como para todo hay maña (menos para la muerte) si era la primera vez que se rompía la lona, a esta se le hacía un doblez y se volvía a asegurar con tachuelas. Una vez reparada la tela, se trepaba al catre despacio, cuidando el peso que se iba añadiendo a medida que uno subía. Una vez con todo el cuerpo arriba, si no azotaba de inmediato significaba que la compostura había funcionado. Aún así, se acostaba preocupado por no sumar un nuevo golpe, en cuanto el sueño lo vencía se acababa tal pendiente. Así pasaban los días hasta que ahí va de nuevo al suelo, para que no se le olvidara que todo por servir se acaba y acaba por no servir.
Los catres de jarcia no se rompían como los de lona, su inconveniente era que picaban. A los catres de jarcia no bastaba con cubrirlos con una sábana o alguna colcha delgada, pues los hilos de la fibra lograban traspasarlas y se clavaban incómodamente en la humanidad del durmiente. Había que ponerles una colchoneta encima para poder utilizarlos; esa colchoneta era la que los hacía menos frescos que los de lona, y aunque también la jarcia se rompía, resultaba sí, más durable.
Cuando se tendía el catre se revisaba que estuviera libre de arañas, chinches, alacranes o algún insecto que encontrara en la madera del catre el mejor lugar para esconderse y hospedarse, produciendo al usuario algún piquete que fuera de incómodo a grave.
Pero había algo que no solía revisarse y era el punto débil de todo catre: la tuerca y el tornillo que sostenían las patas. De tanto ponerse y quitarse era común que fueran tomando juego sin que el usuario se percatara. Escuchar en medio de la noche el sonido “klinc” significaba que la caída era inminente, más tardaba en decir “¡el tornillo!” que en oír y/o sentir el golpe.
La modernidad popularizó los catres de campaña y cada vez fue más difícil encontrar catres de lona o jarcia, o las piezas para repararlos. Los de campaña tenían el gran inconveniente en que si no los desdoblaba o no los aseguraba bien la caída era temprana y estrepitosa. Además, había que tener mucho cuidado en que los resortes que sostenían el peso no tocaran el cuerpo porque el pellizcón era dolorosísimo.
La presencia de los catres de campaña en los hogares culichis fue efímera. Culiacán estaba cambiando. Dejó de ser seguro dormir en el patio de su propia casa, las rejas y los zaguanes se reforzaron, a las ventanas se les colocaron mayores protecciones y se cerraron, y a las puertas se les añadieron chapas de seguridad. Comenzaba una nueva época.
Muchas gracias por leer éstas líneas y con ello hacer que esto valga la pena. Ya sabe, comentarios, sugerencias, invitaciones, mentadas y hasta felicitaciones por favor en adosdetres@hotmail.com
Que tenga una semana en puertas y ventanas estén abiertas a la felicidad.
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