A dos de tres
Marisa Pineda
Me agarró el calor con los dedos en la puerta, lo que en Culiacán equivale a que me sorprendió el calor sin que a los aires acondicionados les hayan dado mantenimiento, con un abanico en regulares condiciones y otro que al encenderlo pedí a toda la corte del Cielo porque no se quemara.
Sin afán de contradecir a los historiadores, sigo sin entender cómo se pudo haber fundado Culiacán en septiembre y no en marzo. Cómo alguien en su sano juicio le dio por quedarse aquí en septiembre, un mes que, además de lo inclemente de las temperaturas, sufre la amenaza de los huracanes que, me imagino en aquellos tiempos, volvían a sus ríos imponentes hasta el miedo. En fin, aquí nos tocó vivir.
Los culichis desde niños hemos sido educados para lidiar con las altas temperaturas. Vestir ropa ligera, tomar muchos líquidos, usar sombrero o sombrilla (o las dos cosas), no salir a la intemperie en horas en que el sol está pegando fuerte y si se tiene que salir procurar irnos por la sombrita, son algunas de las recomendaciones transmitidas por generaciones. Con las malas experiencias hemos agregado otras medidas, como emplear bloqueador solar.
Así, cuando salimos a la calle nos apertrechamos con sombrilla, lentes de sol y un bule de agua, trazamos la ruta por donde hay más sombra, hacemos acopio de resignación y emprendemos camino. Una vez concluido el periplo, tras de haber dicho hasta el cansancio “que pinche calor está haciendo”, regresamos a casa, el lugar donde nos sentimos más protegidos y ¡oh-ho! Encontramos que nuestro santuario no está exento de la onda cálida.
En el caso de la de la letra, ahí la tiene decidida a remediar la situación, pero justo cuando está a punto de aplastar el botón una gruesa capa de polvo la sitúa en su realidad: no le ha dado mantenimiento al aire acondicionado.
La de la letra busca autojustificarse, recuerda que la semana pasada aún corría aire fresco, si hasta tuvo que cerrar la ventana y pepenar en medio de la oscuridad una sábana porque se le pusieron los pies helados. Pero el sudor que corre por su frente, panza y espalda la vuelve a la realidad: eso fue la semana pa-sa-da. Hoy es hoy y hace calor, mucho y hará más.
Y empieza a recapitular: el aire lo compré hace dos años, ¿o tres?, el año pasado lo prendí al bravazo, nada más le lavé el filtro y funcionó bien. Bueno, al principio olía feíto, a humedad y polvo, pero luego pasó y el aparato jaló bien todo el verano. Se congeló de vez en cuando, pero luego se compuso y funcionó bien hasta que terminó el subsidio (gubernamental, al costo de la energía).
¡El subsidio! ¡Chin! ¿Ya empezaría la tarifa de verano? Porque si no prender el aire esta noche me va a costar lo que pagué por todo el invierno. Y ahí tiene a esta su amiga contemplando al aparato, como si este pudiera escuchar su diálogo interior y fuera a responderle: sí, anda, préndeme, no pasa nada. Total, si me quemo compras otro.
Ya más sosegada, la cordura se impone y la de la letra opta por el abanico; pese a que lo limpia al encenderlo sale una nubecilla de polvo y pelusa. Con esto se hace en lo que le dan mantenimiento al aire, dice. A la mañana siguiente tiene que aceptar porque durmió mal, pues si bien el motor del ventilador es relativamente silencioso (comparado con otro que tiene, el cual se escucha como turbina de avión) las patas del aparato no lo son. Tanto trasladarlo de la sala a la cocina ha hecho que la base produzca un ruido enfadoso, un claclaclacla que en el silencio de la noche es más notorio y merma el sueño.
A la mañana siguiente la prioridad es encontrar quien de mantenimiento al aire acondicionado. Tras seis horas de llamadas y consultas a propios y extraños, es oficial: en los próximos quince días están ocupados tanto los técnicos en refrigeración, como los herreros que colocan la protección que rodea al aparato y los albañiles que hacen el hoyo en la pared donde va este. La experiencia es como cuando le contestan “por el momento todos nuestros ejecutivos se encuentran ocupados, por favor espere en la línea o intente más tarde”.
Al principio la de la letra era toda exigencia: hay que traer un técnico calificado y de confianza. Para el mediodía el desespero bajó esos estándares a cuanto anuncio clasificado hubiera. Al final, el nombre de una amistad surgió y los parámetros inicialmente impuestos se cumplirán: el mantenimiento al aparato será por alguien calificado y de confianza. Pero hasta dentro de una semana, es el turno más cercano. Mientras, ¡Ah! Que pinche calor está haciendo.
Muchas gracias por leer éstas líneas y con ello hacer que esto valga la pena. Por favor comentarios, sugerencias, invitaciones, mentadas y hasta felicitaciones en adosdetres@hotmail.com
Que tenga una semana con aire fresco.