A dos de tres
Marisa Pineda
En unas horas empezará septiembre. Ese mes me gusta. Septiembre anuncia que ya falta menos para que el calor nos dé una tregua. Es el mes en que nací. Es un mes de pachanga nacional, aquí sí, con todo y gritos y sombrerazos. Es un mes en que hasta la más pequeña ranchería se viste de luces y adornos en tres colores (que se reciclarán para Navidad, aprovechando que son los mismos tonos). Septiembre, nos decían en la escuela primaria, es el mes de la patria.
A los del siglo pasado nos tocó una educación primaria en la cual desde antes de cerrar el ciclo escolar nos dejaban las recitaciones y los bailables del programa para celebrar el mes patrio, “para que las memoricen y los practiquen en vacaciones, porque regresando vamos a tener poco tiempo para montar los números del Festival de Fiestas Patrias”, pedían las maestras. Por supuesto que uno no lo hacía y, efectivamente, la premura en el montaje se notaba en el escenario.
Un día, de la última semana de clases, la maestra empezaba a escribir e indicaba: “copien en su cuaderno lo del pizarrón, tal como está escrito”, ello lo hacía sabiendo que por ahorrar renglones, y por ende hojas del cuaderno, uno escribía de corridito los párrafos del “Credo mexicano”, quedando un galimatías que ni el mismísimo vate Ricardo López Méndez hubiera logrado descifrar.
Peor aún cuando al salón le tocaba la “Suave Patria”. La mayoría de los maestros optaba por que uno destrozara sólo el proemio; sin embargo, no faltaba el mentor animoso que se arriesgaba a poner la poesía completa. Seis años de primaria como protagonista, y otros tantos como parte del público espectador y jamás me tocó ser parte de un grupo, o ver a un grupo, que saliera airoso de tal encomienda.
Encontrar en el programa “Suave Patria”, de Ramón López Velarde. Poesía coral a cargo de los alumnos de 4° B era garantía de pena ajena. O la poesía se alargaba hasta quince minutos en espera de que los olvidadizos recordaran sus líneas, o quedaba en tres minutos porque el grupo brincó de “Patria tu superficie es el maíz…” derechito hasta un final que jamás escribió López Velarde.
Cabe aclarar que tanto el Credo Mexicano como la Suave Patria están plagados de palabras cuyo significado es desconocido para el alumnado de primero a sexto de básico. A los trastabilleos de la memoria habría que añadir los errores de acentuación y el ritmo que agarraba uno al hacer jirones la métrica de la pieza.
Eran tiempos en que la historia era otra. En los libros todavía figuraba la Conquista de México, de ese tema se pasaba a estudiar las castas, como parte del esfuerzo de los maestros para tratar de que uno entendiera el por qué y la importancia del Movimiento de Independencia.
Entraba septiembre y nos aplicábamos a la papelería en busca de una estampita de Miguel Hidalgo, de Josefa Ortiz de Domínguez o de Ignacio Allende, para empezar a practicar el dibujo con el cual se buscaría alcanzar un lugar en el periódico mural de la escuela. Cuando uno comprobaba que ni con la ayuda del papel de china, ni con la del papel carbón, le quedaría bien el retrato, optaba por intentar con la Campana de Dolores o se instalaba en paisajista.
Llegaba septiembre y la maestra pedía el apoyo del grupo para hermosear el salón de clases. A puerta cerrada se adornaba cada aula con miras a ganar el concurso al cual convocaba la dirección del plantel. No faltaba el profe que le encomendaba a equis alumno el papel de espía, y allá iba a recorrer los pasillos para tratar de descubrir cómo eran los adornos de los salones vecinos.
Y pensar que el premio consistía solamente en el honor de subir al escenario el día del Festival a la Patria a recibir el aplauso del respetable. Eran tiempos en que el reconocimiento al esfuerzo era una verdadera distinción que no requería campañas publicitarias que la avalaran.
Gracias a la aportación del 25 por ciento de los lectores de A dos de tres (equivalente a un lector) la de la letra tiene en sus manos (y se compromete a regresarlas antes de que inicie septiembre) un par de joyas que muestran uno de los más fallidos intentos en el fomento del nacionalismo mexicano. Se trata de los números 156 y 157 de Memín Pinguín, titulados “Hermosa noche” y “Viaje inesperado”, respectivamente, cuya trama se ambienta en un mes de septiembre.
Lo peculiar de dichos números es que dan cuenta de la iniciativa gubernamental para festejar las Fiestas Patrias con un toque de costumbres navideñas, regalos y abrazos incluidos. En “Viaje inesperado”, Memín recibe de Doña Eufrosina un par de zapatos nuevos, empacados en una caja de regalo. Cual alegoría, el presente aparece en una ventana adornada con cadenas tricolores, fue colocado ahí por su ma’linda sin que Memín se diera cuenta. Memín sale a felicitar a sus amigos y a conocer qué regalos recibieron ellos, en la pared se aprecia una bandera mexicana. En la historia, incluso, tras meter la pata con un comentario imprudente Memín clama que no lo coscorroneen y pone como intercesión “el Aniversario de la Independencia”.
La iniciativa no prosperó, pero una de las historietas más populares en México (y que marcaba pauta en moral y costumbres) da cuenta de ese episodio de la historia.
Muchas gracias por leer estas líneas y con ello hacer que esto valga la pena. Ya sabe, comentarios, sugerencias, invitaciones, mentadas y hasta felicitaciones por favor en adosdetres@hotmail.com
Que tenga una semana que haga historia.