lunes, 31 de agosto de 2009

A dos de tres

Marisa Pineda

En unas horas empezará septiembre. Ese mes me gusta. Septiembre anuncia que ya falta menos para que el calor nos dé una tregua. Es el mes en que nací. Es un mes de pachanga nacional, aquí sí, con todo y gritos y sombrerazos. Es un mes en que hasta la más pequeña ranchería se viste de luces y adornos en tres colores (que se reciclarán para Navidad, aprovechando que son los mismos tonos). Septiembre, nos decían en la escuela primaria, es el mes de la patria.

A los del siglo pasado nos tocó una educación primaria en la cual desde antes de cerrar el ciclo escolar nos dejaban las recitaciones y los bailables del programa para celebrar el mes patrio, “para que las memoricen y los practiquen en vacaciones, porque regresando vamos a tener poco tiempo para montar los números del Festival de Fiestas Patrias”, pedían las maestras. Por supuesto que uno no lo hacía y, efectivamente, la premura en el montaje se notaba en el escenario.

Un día, de la última semana de clases, la maestra empezaba a escribir e indicaba: “copien en su cuaderno lo del pizarrón, tal como está escrito”, ello lo hacía sabiendo que por ahorrar renglones, y por ende hojas del cuaderno, uno escribía de corridito los párrafos del “Credo mexicano”, quedando un galimatías que ni el mismísimo vate Ricardo López Méndez hubiera logrado descifrar.

Peor aún cuando al salón le tocaba la “Suave Patria”. La mayoría de los maestros optaba por que uno destrozara sólo el proemio; sin embargo, no faltaba el mentor animoso que se arriesgaba a poner la poesía completa. Seis años de primaria como protagonista, y otros tantos como parte del público espectador y jamás me tocó ser parte de un grupo, o ver a un grupo, que saliera airoso de tal encomienda.

Encontrar en el programa “Suave Patria”, de Ramón López Velarde. Poesía coral a cargo de los alumnos de 4° B era garantía de pena ajena. O la poesía se alargaba hasta quince minutos en espera de que los olvidadizos recordaran sus líneas, o quedaba en tres minutos porque el grupo brincó de “Patria tu superficie es el maíz…” derechito hasta un final que jamás escribió López Velarde.

Cabe aclarar que tanto el Credo Mexicano como la Suave Patria están plagados de palabras cuyo significado es desconocido para el alumnado de primero a sexto de básico. A los trastabilleos de la memoria habría que añadir los errores de acentuación y el ritmo que agarraba uno al hacer jirones la métrica de la pieza.

Eran tiempos en que la historia era otra. En los libros todavía figuraba la Conquista de México, de ese tema se pasaba a estudiar las castas, como parte del esfuerzo de los maestros para tratar de que uno entendiera el por qué y la importancia del Movimiento de Independencia.

Entraba septiembre y nos aplicábamos a la papelería en busca de una estampita de Miguel Hidalgo, de Josefa Ortiz de Domínguez o de Ignacio Allende, para empezar a practicar el dibujo con el cual se buscaría alcanzar un lugar en el periódico mural de la escuela. Cuando uno comprobaba que ni con la ayuda del papel de china, ni con la del papel carbón, le quedaría bien el retrato, optaba por intentar con la Campana de Dolores o se instalaba en paisajista.

Llegaba septiembre y la maestra pedía el apoyo del grupo para hermosear el salón de clases. A puerta cerrada se adornaba cada aula con miras a ganar el concurso al cual convocaba la dirección del plantel. No faltaba el profe que le encomendaba a equis alumno el papel de espía, y allá iba a recorrer los pasillos para tratar de descubrir cómo eran los adornos de los salones vecinos.

Y pensar que el premio consistía solamente en el honor de subir al escenario el día del Festival a la Patria a recibir el aplauso del respetable. Eran tiempos en que el reconocimiento al esfuerzo era una verdadera distinción que no requería campañas publicitarias que la avalaran.

Gracias a la aportación del 25 por ciento de los lectores de A dos de tres (equivalente a un lector) la de la letra tiene en sus manos (y se compromete a regresarlas antes de que inicie septiembre) un par de joyas que muestran uno de los más fallidos intentos en el fomento del nacionalismo mexicano. Se trata de los números 156 y 157 de Memín Pinguín, titulados “Hermosa noche” y “Viaje inesperado”, respectivamente, cuya trama se ambienta en un mes de septiembre.

Lo peculiar de dichos números es que dan cuenta de la iniciativa gubernamental para festejar las Fiestas Patrias con un toque de costumbres navideñas, regalos y abrazos incluidos. En “Viaje inesperado”, Memín recibe de Doña Eufrosina un par de zapatos nuevos, empacados en una caja de regalo. Cual alegoría, el presente aparece en una ventana adornada con cadenas tricolores, fue colocado ahí por su ma’linda sin que Memín se diera cuenta. Memín sale a felicitar a sus amigos y a conocer qué regalos recibieron ellos, en la pared se aprecia una bandera mexicana. En la historia, incluso, tras meter la pata con un comentario imprudente Memín clama que no lo coscorroneen y pone como intercesión “el Aniversario de la Independencia”.

La iniciativa no prosperó, pero una de las historietas más populares en México (y que marcaba pauta en moral y costumbres) da cuenta de ese episodio de la historia.

Muchas gracias por leer estas líneas y con ello hacer que esto valga la pena. Ya sabe, comentarios, sugerencias, invitaciones, mentadas y hasta felicitaciones por favor en adosdetres@hotmail.com

Que tenga una semana que haga historia.

lunes, 17 de agosto de 2009

A dos de tres

Marisa Pineda

Cuenta la historia que, en España, en una gira de Joaquín Sabina y Los Secretos, la mutua admiración entre Sabina y Enrique Urquijo, el finado líder del grupo, los llevó a escribir una canción en coautoría; la dejaron a la mitad y cada quien hizo su versión del resto. Así nacieron Ojos de Gata, con Los Secretos, y “Y nos dieron las diez”, con Sabina, rola imprescindible en una buena bohemia y que anoche fue la banda sonora del insomnio de esta su amiga.

Los Secretos es un grupo español con el cual la vida ha estado del bando rudo, sin embargo no ha logrado ganarles dos caídas al hilo y Los Secretos suman ya 30 años de carrera. Son un ícono de la llamada “Movida española” y figuras emblemáticas del pop en habla hispana. Los del Departamento de Investigaciones de A dos de tres escuchan, sin saciarse, tres de sus tantas canciones: “Por la calle del olvido” (por la calle del olvido vagan tu sombra y la mía, cada una en una acera, por las cosas de la vida…), “Pero a tu lado” (He muerto y he resucitado, con mis cenizas un árbol he plantado, su fruto ha dado y desde hoy algo ha empezado…) y “Ojos de gata” (Cántame una canción al oído, te sirvo y no pagas, sólo si me demuestras que es verde la luz de tus ojos de gata… Comentó por ahí que yo era un chaval ordinario, pero cómo explicarme que me vuelvo vulgar al bajarme de cada escenario…)

De Sabina, “Y nos dieron las diez” es, sin duda, una de sus canciones más conocidas y con mayores versiones. No hace mucho, en uno de los canales gruperos me tocó escucharla en “pasito duranguense”. Sin comentarios.

El estribillo “y nos dieron las diez, y las once, la doce, la una, las dos y las tres, y desnudos al amanecer nos encontró la luna” provoca, en una bohemia, ojos entornados, sonrisas apenas dibujadas y silencios que dicen mucho. Anoche, fue la banda sonora del insomnio de la de la letra. Le cuento:

Los ojos empiezan a cerrarse, apago el televisor, la lámpara y a dormir, a dormir, a dormir angelito. De pronto, un grito tal que logra vencer el ruido del aparato del aire acondicionado (que haga de cuenta tiene un tráiler con el booster encendido, detrás de la ventana) ¡Chin! Qué pasó… y allá va su amiga a buscar el origen del alarido. En una sala de fiestas cercana, un más que contento tipo destrozaba a pleno aullido “Y nos dieron las diez”. Él no se intimidaba por el micrófono y le había subido todo el volumen al karaoke, para que en tres cuadras a la redonda quedara constancia de sus limitaciones vocales.

A tratar de dormir de nuevo. Después de girar por 20 minutos como trompo de tacos al pastor, sin retomar el sueño, no queda más que tomar el control y encender el televisor. El zapping por toda la barra de canales permitió conocer las maravillas del hongo michoacano que quita la migraña, la diabetes, el colesterol, la calvicie y hasta el pie del atleta. El “ab trainer” le ayuda a obtener abdominales de acero; coloca el aparato en la puerta y se cuelga de él a hacer una rutina de ejercicios que viene en un dvd incluido. A como lo vi, la moldura, el marco de la puerta y la puerta misma corren peligro de venirse abajo al primer ejercicio.

El sueño llegó de nuevo, justo cuando los ojos se estaban cerrando: ¡Crrrash, ggbbbrrrr!. Y ahora qué. Por la tarde los muchachos de la Junta de Agua Potable repararon una fuga justo a la mitad del crucero de la esquina, dejaron un letrero (de considerable tamaño) protegiendo el cemento fresco. Para afianzar la advertencia colocaron cuatro fantasmitas fosforescentes y una cinta amarilla, igual de fosforescente. A eso de las tres y media de la madrugada, el joven y alcoholizado conductor de un auto se llevó el letrero, los fantasmitas y la cinta, cual si fueran botes en auto de recién casados. Ese fue el ruidajo.

Otra vez a tratar de dormir. Misma rutina. En los infomerciales aparecen ahora la perfect pancake, no más panqueques imperfectos a su familia; una afeitadora que funciona hasta bajo el agua, para que vea que usted se podrá afeitar en cualquier lugar; un amplificador que le permitirá escuchar conversaciones ajenas; y un horno que parece cacerola. Ante sus ojos un bistec sufrirá una metamorfosis que ni Kafka imaginó y lo dejarán considerando seriamente la posibilidad de volverse vegetariano.
La rúbrica “nuestras operadoras están disponibles las 24 horas para que ordene” sugiere que los noctámbulos son el nicho de mercado de éstos productos.

Un enano gritón aparece brincando en lo que exclama falsamente “gané”, opto por cambiar de canal. Un par de orientales gritan “aa a tatá, a tatá”, sus gritos son más desagradables que los del enano, opto por cambiar de canal. Un programa sobre insectos: “los ácaros viven en su almohada, en su colchón, se alimentan de usted, de su piel…” como reflejo empiezo a rascarme, mal momento para el programa, sigue el zapping hasta dar con una película que no deja huella, pero que sirve de arrullo. El sueño regresa.

¡Klank! ¡Klank! ¡Klank! Suena como si le estuvieran pegando a un cilindro de gas con una llave periquera. Le están pegando a un cilindro de gas con una llave periquera, es un carro que va pasando. Ya amaneció. La ciudad está despertando. Han pasado casi dos horas, casi dos horas de sueño. Ni maneras de retomarlo, no son horas. ¡Chin!, la columna, no la he escrito. Aquí voy.

Muchas gracias por leer éstas somnolientas líneas y con ello hacer que esto valga la pena. Ya sabe comentarios, sugerencias, invitaciones, mentadas y hasta felicitaciones, por favor en adosdetres@hotmail.com

Que tenga una semana soñada.

lunes, 10 de agosto de 2009

A dos de tres

Marisa Pineda

Para entender el calor de Culiacán sólo quien lo ha vivido, decía hace unos días un entrañable amigo, en respuesta a los lamentos de la de la letra por el infame calor que se padece éstos días, en que la Madre Naturaleza parece ser atacada por los bochornos. Poniendo el lomo para que los historiadores y cronistas me la mienten, y no con falta de razón, este verano por vez primera me atrevo a preguntar en público: ¿En qué estaba pensando Nuño Beltrán de Guzmán cuando le dio por fundar la Villa de San Miguel? Ese día, quizás, estuvo extrañamente fresco, o de plano, le ocurrió algo muy bueno para convencerlo de quedarse aquí.

Para este párrafo muy posiblemente esté Usted considerando la posibilidad de sugerirme consulte algún libro de historia regional, mínimo la Wikipedia, para enterarme que para el 29 de septiembre de 1531, Nuño Beltrán de Guzmán ya tenía como tres meses con domicilio conocido en la confluencia de los ríos Humaya y Tamazula y, por ende, ya estaba aclimatado al verano colhuacanense.

Igual para que sepa que ya desde endenantes vivían por acá los Tahues; que luego llegaron otras tribus que, esas sí, emprendieron camino rumbo al sur. Podrán decirme todo eso y más; aún así, insistiré en que la historia a veces es muy ordinaria y algo muy bueno, económica, social o sentimentalmente, debió haberle ocurrido a Nuño para que decidiera quedarse aquí.

Esta su amiga pertenece a una generación a la cual le tocó mitigar el calor sacando una poltrona a la banqueta por las tardes. Si había llovido en abundancia se podía disfrutar del fresco; si no, abanico en mano retrasaba uno la rostizada, socializando con los vecinos y comiendo prójimo (la verdadera carne libre de grasa y colesterol).

Por la noche, se valía dejar abiertas puertas y ventanas para que el aire circulara y, si de plano el clima se ponía infame, se sacaba un catre al patio.
Eran tiempos en que tener un aire acondicionado no era para el consumo popular, los aparatos superaban las posibilidades económicas de las familias promedio, no se diga el consumo de energía eléctrica.

Pero como para todo hay maña, uno se refugiaba comprando un boleto para el cine, como había permanencia voluntaria se podía estar desde las tres de la tarde hasta que llegara el cácaro a despertarlo porque ya iban a cerrar. Si no había recursos o edad para la función en turno, podía refugiarse a la entrada de las tiendas que tenían aire, como decimos por acá a los lugares refrigerados.

Un verano de por allá principios de los setenta, una cadena local de tiendas sacó una campaña publicitaria para promocionar sus ventiladores, coolers y aires acondicionados, el protagonista de la campaña era el Diablo del Calor. La televisión local presentaba en cada corte comercial al hombre aquel, vestido con malla y leotardo, caracterizado a imagen y semejanza del diablito de la lotería, brincando, tridente en mano, entre abanicos. El Diablo del Calor quedó en el habla de los lugareños, por muchos años.

Porque el calor influye también en el habla culichi. Hay rubros en que el lenguaje es en diminutivo (no se sirve café, sino cafecito; no se ofrece salsa, sino salsita; no se añade sal, sino salecita, etc…), tratándose del calor no se permiten esos adornos. Si alguien tiene la osadía de decir “está bueno el calorcito” recibirá el reproche generalizado, vía mirada fulminante o mentada.

Aquí, el calor no admite diminutivos, aquí no hace calor, sino un calorón y si el día está muy agresivo lo que hace es un inche calorón. Aquí, en verano, el saludo va precedido, invariablemente, del resumen del clima. “Que calor está haciendo, buenos días”, “Inche calor no se quita, buenas tardes”, “Qué bárbaro, son las ocho y el calor sigue como al mediodía, buenas noches”. Es una especie de katarsis, de liberación del malestar.

Aquí, desde hace rato dejó de ser fotografía noticiosa mostrar cómo se podía freír un huevo en el cofre de un vehículo. Aquí, los anuncios de desodorantes que funcionan hasta en temperaturas de 35 grados centígrados no aplican.

El calor culichi ha inspirado divertidos mensajes que circulan por internet, como el “Diario de un saltillense en Culiacán”, los cuales dan fe de lo que se padece en una ciudad que sólo tenía dos estaciones: la del tren y la de verano, y la del tren desde hace un buen la cerraron.

El calor ha llevado a esta su amiga a tomar la decisión de votar en las próximas elecciones por el primer candidato que le ofrezca poner aire acondicionado en la ciudad. ¿Qué es una promesa que no se va a cumplir? No sería la primera. ¿Qué es una propuesta absurda? Me va a decir que anunciar la instalación, en el centro de la ciudad, de postes para pegar ahí los chicles masticados, en vez de tirarlos al suelo, está muy cargado de razón.

En vía de mientras, así me la mienten los historiadores, me seguiré preguntando ¿En qué estaba pensando Nuño Beltrán de Guzmán cuando fundó la Villa de San Miguel de Culiacán? ¿Qué manda estaba pagando o qué pecado estaba purgando?

También, con todo y calor, seguiré diciendo “es mi orgullo ser de Culiacán”.

Muchas gracias por leer éstas líneas y con ello hacer que esto valga la pena. Ya sabe, comentarios, sugerencias, invitaciones, mentadas y hasta felicitaciones, por favor en adosdetres@hotmail.com

Que tenga una semana plena de calor humano.

lunes, 3 de agosto de 2009

A dos de tres

Marisa Pineda

¡Hey tu! La de la letra, preguntan aquí que si qué es eso de la matatena, del avión y del burro, que les suena como a albur. Que si qué es eso de los encantados, y que si cual es la diferencia entre el brinca y el brinca-brinca A propósito de vacaciones de verano, mencionábamos aquí algunos de los juegos que, cuando uno era plebe, se empachaba de practicar ininterrumpidamente durante dos meses. Nombres como los referidos son para las medianas y nuevas generaciones términos apenas escuchados en pláticas de padres y abuelos. Como la premisa de A dos de tres es “el saber no ocupa lugar”, va pues un recuento de juegos retro. Para quienes los practicaron quizás sea un viaje en el tiempo; para quienes no los conocieron, no saben de la que se perdieron.

Hubo una vez en que la mayoría de los juegos no requerían de baterías, ni conectarse, para poder funcionar. Reducida hoy a frase publicitaria en tiempos de crisis, en aquel tiempo, decir que lo importante era el juego y no el juguete, era una realidad.

En el Culiacán de entonces, cuando el calor se ponía rudo la plebada jugaba a la matatena, al pontenis, al cómo lo viste y al cinto escondido.

La matatena, también conocida por estos rumbos como pinyex, era una pelotita con diez piezas en forma de equis, que podían ser de metal o plástico; para quienes no tenían para comprarse el juego en forma, había una versión económica: una pelotita de goma (que dejaban las manos amargas por más que las lavara) y diez piedritas como piezas. Se trataba de botar la pelota e ir recogiendo las partes; de una en una, de dos en dos, y así hasta completar las diez, para luego pasar a poner la mano como casita y guardarlas en el mismo orden, de ahí guardarlas y sacarlas, y así una serie de suertes.

El pontenis era una raqueta pequeña de madera, que tenía un hilo elástico engrapado en medio de la tabla y en el extremo una pelotita. Las suertes consistían en hacer rebotar la esférica hacia arriba y hacia abajo, con un tramo cada vez más largo de hilo. Ahí estaba uno dándole con enjundia a la esférica y, de pronto, el hilo se reventaba. Nada que un nudo no pudiera reparar. Si en el percance se perdía la pelota, tomaba uno la del pinyex y asunto resuelto. Hace algunas Navidades, Doña A conoció el pontenis, lo revisó intrigada y, de plano, preguntó qué era eso y cómo funcionaba, porque no encontraba donde se le pudieran poner las baterías.

Para jugar al “cómo lo viste”. Se escondía una prenda en una mano, se ponían las manos tras la espalda y uno debía adivinar en qué mano estaba la prenda, así se iban descartando participantes, quien quedaba al final elegía, en silencio, un objeto cercano. Los demás preguntaban “cómo lo viste”, el elegido daba pistas hasta que alguien atinaba de qué se trataba. El truco más empleado en este juego era fijar la vista haciendo creer que uno estaba eligiendo un objeto de ese lado, cuando en realidad ya había seleccionado uno de otro punto.

El juego del cinto escondido, uno pensaría que requiere, mínimamente un cinto, pero como para el ocio no hay límite, el cinto podía suplirse por otro objeto. El que llevaba la prenda tenía derecho a esconderla y a orientar a los participantes diciendo “frío, frío” si alguien se alejaba del sitio donde la había ocultado, o “caliente caliente” si se acercaba. El ganador escondía, de nuevo, la prenda. Este juego frecuentemente se frustraba ante el imperativo: “¡hey! Plebes, denme la chancla porque me está hablando mi ‘amá”

Pero si el clima se ponía benévolo, por allá en la tarde o noche, después de llover, se podía jugar a la rabia. Se fijaban dos puntos relativamente distantes, que hacían las veces de base de salvación; se echaba un volado y quien perdía era el que traía la rabia. El juego consistía en correr de un punto al otro, evitando que el enrabiado lo tocara; si lo hacía, debía pronunciar “tú la traes” para que fuera efectivo. Sí uno tenía la obligatoria necesidad de salir momentáneamente del juego debía gritar “sencia” para recibir inmunidad. Estaba prohibido pedir sencia cuando el enrabiado estaba por tocarlo a uno. Postes, bardas y árboles eran los puntos más socorridos como base de salvación. En la barriada donde ésta su amiga se crió, estuvo estacionado por meses un carro desvielado, funcionó como base incontables ocasiones hasta que una tarde, en pleno juego, se lo llevó una grúa rumbo al taller.
Desde ahí, jamás, volvimos a emplear como base algo que tuviera ruedas o se pudiera mover. Desde aquellos tiempos, hasta hoy, la de la letra suele decir “sencia” cuando pide hacer una pausa.

Los encantados era una derivada de la rabia. La diferencia es que aquí le decían a uno “encantado” e inmediatamente tenía que quedarse quieto, hasta que llegara alguien a desencantarlo y continuar en la corredera. Los encantados tenía también una versión en pareja, que al llegar a la pubertad servía para perfilar gustos y bocetar futuros noviazgos.

El burro era un juego donde uno debía doblar su cuerpo, para que los demás participantes lo brincaran, diciendo una rima. Uno por burro, dos patadas y cos, tres de aquí otra vez, cuatro jamón te saco, cinco de aquí te brinco, seis de aquí otra vez y así hasta el diez. Si alguien fallaba en el brinco o en la rima tomaba el lugar del burro. Varias afecciones de columna debieron iniciar jugando el burro, sobre todo cuando éste era el más enclenque del grupo. Las rimas, heredadas de generación en generación, se perdieron y ahora figuran como mera tradición oral.

Había un juego de engañosa simpleza que exigía total coordinación: el seis seis. Se ponía una persona frente a la otra, se tomaban de las manos y empezaba la rima: seis, seis, seis (¡Uy!) estaba la muerte un dibidibidi, sentada en su escritobodobodo, buscando papel y lapilapiliz, para escribirle al dobodobodo, el dobo le contestábadabada, que síbidibidi, que nobodobodo. Cosa más sin sentido sólo la puede haber escuchado en algunas canciones hoy de moda, pero en lo que uno decía esa, y otras tantas rimas, palmeaba las manos en una serie de suertes bien vistosas. Todos los juegos terminaban, siempre, con un “un chinito fue a la guerra, y en la guerra se murió, le llevaron muchas flores y así que-dó” y se quedaba uno quieto, sin moverse, porque el que se movía primero perdía.

¡Sencia! Muchas gracias por leer éstas líneas y con ello hacer que esto valga la pena. Ya sabe, comentarios, sugerencias, invitaciones, mentadas y hasta felicitaciones por favor en adosdetres@hotmail.com Que tenga una semana felizmente encantada.