A dos de tres
Marisa Pineda
En el pedir está el dar, y de pedir muchísima gente ha hecho un modo de vida. A ojo de buen cubero se estima que un limosnero profesional gana en promedio 400 pesos al día, para lograr esos 400 pesos las argucias van desde el “prefiero pedir y no robar” hasta el “Usted dispensará que le pida, pero es que acabo de salir de la cárcel”.
El tema salió porque el corresponsal de A dos de tres en la ruta Lomita-Cañadas informó que le tocó ver como dos señoras hicieron que el “promotor”, a cuya causa habían apoquinado, abriera el bote alcancía y les devolviera sus dineros. El pedinche llevaba una camiseta que al frente decía “caritas”, las doñas creyeron se trataba de Cáritas, el movimiento diocesano orientado a apoyar a la población en pobreza extrema, pero por atrás la camiseta decía “chorreadas”. Se trataba entonces de Caritas Chorreadas, la presunta organización no gubernamental dedicada a apoyar a niños de la calle, que en los últimos diez años ha estado bajo la lupa. Esta su amiga recuerda que a fines de los 90, se abrió una averiguación previa contra uno de los dirigentes de ese grupo, acusado de rapto y explotación de menores. La presunta organización emerge de manera cíclica. A sus “promotores” se les encuentra en camiones urbanos y cruceros, ya vendiendo boletos para rifas que, por supuesto Usted jamás ganará, o ya boteando. De pronto puede toparse con esos mismos “promotores” enarbolando otras causas, que también requieren “la moneda que a Usted le sobra”.
A esos mismos camiones suben los que receta médica en mano solicitan su ayuda, “para completar para la medicina”. La receta tiene fecha de por allá octubre o noviembre del año pasado y en ella se prescribe alguna vitamina o un analgésico que no rebasa los cinco pesos en las farmacias similares. En versión banqueta ese método incluye a un tipo en cuclillas, con un niño sobre las rodillas. Dice la leyenda urbana que a esos niños los sedan para que estén dormidos toda la jornada “de trabajo”, otra versión señala que los tienen ya entrenados para hacerse los dormidos, la de la letra sostiene que con el verano culichi lo más seguro es que estén insolados.
A diferencia de las calles, el camión urbano ofrece el plus de tener público cautivo. A menos que el chofer baje al pilili, o el pasaje entero se amotine, estará de espectador obligado del payaso con voz chillona, que dice chistes sin gracia alguna y canta una rima forzada. Al final, le dirá que con aplausos no come y le exigirá “se caiga para los frijolitos”. Peor que toparse con uno de esos personajes es tener que tomar otro camión y que ahí vaya otro payaso, con la misma rutina.
La caravana artística de pronto da sorpresas y por ahí aparece un entonado, con el que no le pesa contribuir. La leyenda urbana, de nuevo, cuenta que el primer escenario de Vicente Fernández fueron los camiones urbanos de Guadalajara. Entonado o desentonado, el artista siempre cerrará con “Doy gracias al chofer que me dejó cantar, la Virgen de Guadalupe seloshadepagarahíconloquegustecooperar” Así, de corridito, tiempo es dinero y se bajan los mecenas.
En versión de a pie, está el señor que anda con una grabadora inmensa al hombro. Suele llegar a loncherías, planta su karaoke ambulante, saca un micrófono, y a cantar se ha dicho. La música va por un lado y el por el otro pero qué importa, si le pone harto sentimiento a lo que interpreta. Cuando las pilas del aparato están bajas, el concierto se vuelve un galimatías. Al final el artista pedirá “con lo que guste cooperar, ahí para las baterías”. Al menos, él sí le invierte.
Pero en el camión urbano no todo es música y canciones. Ahí tiene que va Usted muy mono, abstraído en sus pensamientos, cuando de pronto alguien sube, se planta entre el pasillo y la puerta, su aspecto inspira miedo, mira a los pasajeros, uno a uno, y en lo que los mira dice de forma serena: Buenos días gente, Ustedes dispensarán que los moleste, gracias chofer (el chofer hunde la cabeza). Pues miren gente, yo acabo de salir de la cárcel pues, yo estuve preso pues, pero pues ya pagué mi deuda con la sociedad pues, yo voy saliendo de la cárcel pues, y ustedes dispensarán pues, pero estoy pidiendo su ayuda para regresarme pa’ mi tierra pues, porque yo no soy de aquí pues, por eso estoy pidiendo su ayuda pa’ juntar p’al pasaje y regresarme a mi tierra pues, ahí con lo que gusten cooperar pues, yo ya no quiero volver a asaltar, no quiero volver a ser un delincuente.
Si Usted iba a pedir la bajada ¡se aguanta!, nadie interrumpe al asaltante redimido, si hasta el chofer le bajó a la música. Para cuando pasa por la cooperación ya está uno listo con la moneda de, por lo menos, cinco pesos. Nada de pichicaterías. Más vale creer que averiguar lo firme de sus propósitos.
Pero mientras en los camiones operan los que piden para ya no volver a asaltar, en las banquetas están las que piden porque fueron víctimas de un robo. Se acercan sigilosas y exponen –unas con risa nerviosa, otras con connato de llanto- “¡Ay! Oiga, que pena, fíjese que me robaron la bolsa y no tengo manera de regresarme a mi casa, me puede ayudar con algo para el camión”. El aspecto limpio y bien arreglado es el complemento perfecto a las palabras. La bolsa se abre y la moneda se comparte, y allá va uno pensando cómo reaccionaría si le pasara algo así. Interiormente se siente un alivio de haber podido ayudar a alguien en aprietos. Esa sensación dura hasta el día en que se vuelve a topar con la mujer quien, olvidando que mentir requiere memoria, se le ha olvidado su rostro y, de nuevo, con risa nerviosa o connato de llanto, le dice “¡Ay! Oiga, que pena, fíjese que me robaron la bolsa….”. En ese momento la “pobre mujer” pasa a “vieja vividora” y uno de “buen samaritano” a “tarugo”.
Hace tiempo, en las inmediaciones de Catedral, operaba una tipa de esas. Cuando Progenitora se la topó le dio dinero suficiente “porque la pobre mujer es de Guasave, ya es tarde y apenas unas moneditas ha juntado, a ese paso iba a completar para el pasaje en una semana. Gente ratera, mira que robarle la bolsa a la pobre señora”. Como a la semana de eso, Progenitora volvió a encontrarse con la “asaltada” y que le suelta la retahíla. Progenitora se ha pegado una enchilada al saberse timada y por dádiva le dijo: “¡ay! Muchacha que bruta eres, ¿cómo que te volvieron a asaltar? Bueno tu no más vienes a Culiacán a mantener ladrones”.
Muchas gracias por leer éstas líneas y con ello hacer que esto valga la pena. Ahí, con lo que guste cooperar –comentarios, sugerencias, invitaciones, mentadas y hasta felicitaciones- por favor en adosdetres@hotmail.com Prefiero pedir y no robar ideas.
Que tenga una semana pródiga de buenos momentos.