lunes, 4 de mayo de 2009

A dos de tres

Marisa Pineda

A una semana de la contingencia sanitaria, el exceso de información provocó la consecuente desinformación y la influenza porcina pasó de ser la plaga del siglo XXI a invento del Gobierno, a virus de laboratorio creado por la industria farmacéutica para vender más, a tema musical y, por supuesto, a tema de chistes. Y en lo que algunos funcionarios hacen lo suyo con declaraciones del tipo: 15 casos que teníamos registrados, menos 11 que no eran, nos quedan nueve, más siete que descartamos son seis y uno que sí era, en total nos quedan 4 casos que no son, A dos de tres se endulza al recordar aquellas golosinas que se nos quedaron en el camino.

¿Cómo? Eleva la voz uno de los cuatro lectores ¿qué le pasa a esta? ¿No va a comentar el tema de moda? ¿No hablaremos aquí de la influenza? No, responde muy oronda la de la letra. Para nada. En los últimos siete días hemos conocido teorías que van desde que la influenza porcina es producto de la Doctrina del Shock, hasta que fue un ardid para vender cubrebocas y jabón líquido. Ante tales corrientes, en A dos de tres optamos por parafrasear al filósofo José Alfredo Jiménez: ya estás grandecito, ya entiendes la vida, ya sabes lo que haces.

Así pues, nos lavamos las manos y nos endulzamos la vida recordando aquellas golosinas que desaparecieron del mercado, las que escasearon y las que reaparecieron agarrando un segundo aire. El tema es producto de las generosas colaboraciones de los cuatro lectores, a propósito de rememorar las bolsas de dulces que acompañaron las fiestas del Día del Niño (precontingencia sanitaria) en la escuela primaria.

En el ranking de los dulces desaparecidos figuran, por el equipo de los chiclosos, los chiclosos de nuez y los sugus. Con los caramelos están los seltz soda. El chicle está representado por el chicle bombero, el chiclito Yucatán y los minichiclets. En el bando de los chocolates está el chocolate tres coronas, los tres vapores y el chocopaquín. Las galletas son el equipo que resurgió de las cenizas. Durante muchos años fue más fácil dar con la combinación ganadora en el melate, que encontrar una galleta de higo, una embetunada o una grageíta. Sin embargo, la corriente retro las rescató de quien sabe dónde y las puso de nuevo en los anaqueles, para beneplácito de muchos.

Los chiclosos de nuez. Un suspiro se escapa al recordar aquella envoltura dorada que separaba al paladar del correcto equilibrio entre el sabor a leche quemada y nuez. Ya fuera con prisa o lentamente, descubrir el dulce, llevárselo a la boca y saborear la golosina, fue, quizás, de los primeros placeres. Para quienes querían sabores frutales estaban los sugus, cuadritos cuyo color y olor anticipaba el sabor. Hasta la consistencia de ambos dulces era noble pues se dejaban atrapar en las muelas sin temor de una revancha que llevara a perder una amalgama tempranera.
No ocurría lo mismo con el chicle bombero. De sabor tutifruti, el chicle bombero rebasaba en sabor y tamaño a los popularísimos chicles motitas. Si bien los motita ofrecían mayores opciones de sabor, el bombero era infinitamente superior para hacer bombas. Eso sí, si se estaba mudando no era buena idea masticarlos. Un chicle bombero dentro de una boca con una pieza dental apenas floja, garantizaba quedar chimuelo antes de tiempo.

Cual primera dentición el chicle bombero desapareció. Con él se fueron también los chiclitos Yucatán y los minichicles, éstos dos últimos inútiles para el bombazo, pero muy sabrosos. Los Yucatán eran unas piezas que no rebasaban los dos centímetros. Los había en varios sabores, pero todos sabían igual, la diferencia la hacía el color de la envoltura, nada más. Eran, quizás, la golosina más pequeña, pero pronto tuvieron competencia por el título del más pequeño en tamaño y el más grande en sabor: los minichicles. Éstos llegaban apenas al medio centímetro, y es decir mucho. Era un clásico comprar la bolsa y echárselos todos a la boca.

Aquí viene una confesión. Aún en la infancia, para la de la letra masticar chicle era un placer culposo. La Matriarca lo tenía estrictamente prohibido, de ahí que lo comprara a escondidas y a más escondidas lo masticara. Matriarca nunca aspiró a ser la reencarnación de María Montessori, por ende no se tocaba el corazón para sorrajar tremendo golpazo si lo cachaba a uno dándole a la masticada. No fueron pocas las veces que me tragué el chicle buscando evitar el regaño o la tunda.

En las dulcerías de los cines de entonces estaban los caramelos seltz soda. Otro nivel. Venían en empaque individual. De sabor agridulce, tenían en el centro un polvo tipo sal de uvas, que al liberarse provocaba una leve espuma, descubriendo una acidez tan exquisita como indescriptible. Los seltz eran adictivos. Aún hoy, quienes los añoramos les dedicamos un grupo de fanáticos en el facebook.

“Ya la higuera se secó, tiene la raíz de fuera” dice la canción y cual vaticinio durante mucho tiempo se nos perdieron las galletas de higo. La de la letra ignora si la producción mundial de higo se derrumbó estrepitosamente durante años y años o qué pasó, lo cierto es que las galletas cremhigos se fueron con la infancia. Llegó la adolescencia y la edad adulta y las galletas de higo eran un recuerdo cada vez más difuso. Así, hasta que un día, tal vez, la producción de higo repuntó o a alguien se le ocurrió revisar el catálogo de galletas retro, el caso es que las galletas de higo reaparecieron, volvieron por sus fueros. Para los que las conocimos en sus versiones primarias el reencuentro fue jubiloso. Hoy en día las galletas de higo están en los anaqueles de prácticamente todas las tiendas. Los que las amamos hacemos votos porque hayan regresado para quedarse.

Sin embargo, hay un dulce, un alimento, del cual la de la letra no ha vuelto a saber y que fue el inicio del vicio más arraigado que tiene: El Chocolate. El día que comer chocolate este prohibido, admito y anticipo que pasaré a engrosar las filas de la delincuencia. Así de grande es el gusto de esta su amiga por el chocolate. Golosina, alimento, fuente de energía, inspiración de películas. ¿Qué tan importante y completo no será que el cacao fue moneda de curso legal?

El primer encuentro de la de la letra con el chocolate fue con la triada: tres coronas, tres vapores y choco paquín. En mis recuerdos más lejanos figura siempre una pieza de alguno de esos chocolates. El tres coronas lo usaba la matriarca para hacer mole. No fueron pocas las veces que el platillo del día tuvo que ser reemplazado porque me había comido el indispensable producto. Ni los regaños, ni los castigos sirvieron. Un chocolate vale eso y más. El tres vapores era más cremoso y el choco paquín era, para mí, el rey de los chocolates.

El choco paquín era un chocolate en polvo, de color claro, cuyo modesto empaque no hacía imaginar la exquisita golosina que guardaba. El bajo costo del producto, aunado al imborrable sabor, hacía que fuera de los primeros en agotarse en cooperativas escolares y tendejones.

No obstante su alta popularidad, el choco paquín jamás modificó su austera presentación. Sobres de papel blanco impresos a una tinta, roja.

Un día, sin previo aviso, el choco paquín desapareció del mercado. Esta su amiga sigue preguntando por el producto a todos los lugares a dónde va, con la remota esperanza de que donde menos lo espere, algún tendejón aún lo consiga y logre sacarlo del top ten de los dulces perdidos.

Muchas gracias por leer éstas líneas y con ello hacer que esto valga la pena. Como no es lo mismo influeza porcina que cochina gripe, cuídese. Y ya sabe, comentarios, sugerencias, invitaciones, mentadas y hasta felicitaciones, por favor en adosdetres@hotmail.com Que tenga una semana dulce, dulce.