lunes, 9 de febrero de 2009

A dos de tres

Marisa Pineda

A 25 años de su muerte, Santo el enmascarado de plata consolida su sitio entre los inmortales. Este 5 de febrero los homenajes iniciaron en el barrio de Peralvillo, en el Distrito Federal. El Hijo del Santo, heredero de la máscara y de todo lo que ello implica, encabezó las actividades con el depósito de una ofrenda floral ante la estatua del ídolo. Quienes fueron ese día al panteón Mausoleos del Ángel platican que en la tumba de Rodolfo Guzmán Huerta también hubo muchas ofrendas.

El 5 de febrero de 1984, a las 9:30, en el Hospital Mosel el luchador Rodolfo Guzmán Huerta perdió la tercera caída de su último combate. Su muerte dio vida a la leyenda del máximo héroe que ha engendrado la cultura popular mexicana: Santo, el enmascarado de plata.

Rodolfo Guzmán Huerta nació en Tulancingo, Hidalgo, el 23 de septiembre de 1917. El Santo nació el 26 de julio de 1942, en la Arena México. Su nombre de batalla era una paradoja al militar en el bando rudo. “Me puse el Santo para que hubiera contraste con mi condición de luchador sucio. Al principio tenía miedo de llamarme Santo porque la gente iba a pensar que me estaba burlando de Dios, o qué”, declaró Guzmán Huerta en entrevista a Protagonistas.

El especial de colección de la revista Somos “Máscaras vemos, cabelleras no sabemos” refiere que cuando un reportero le pidió al Santo “que explicara por qué si los santos son buenos, él era tan violento y sanguinario”, el luchador respondió “no todos los beatos son buenos, existen algunos malosos, con San Antonio, si no me cree pregúntele a muchas mujeres, que después de casadas no quieren verlo ni en pintura, por el milagrito que les hizo”.

En el libro Ficción y Realidad del Héroe Popular, Tiziana Bertaccini recoge entrevistas a luchadores que convivieron con El Santo y material periodístico de la década de los 60. Ahí, señala: “En realidad el rostro de Rudy era gris, frío, como dice Wolf Rubinsky, “no era nada del otro mundo”. Sus amigos lo habían apodado El Profe: Cuando, en silencio, con la mirada miope, la frente descubierta a causa de una calvicie prematura, oculta bajo un sombrero negro, llevaba un libro bajo el brazo derecho, caminando tranquilo detrás de unos anteojos oscuros, nadie habría podido sospechar que estaba ante un vigoroso luchador”.

“No sólo carecía de un rostro particularmente atractivo, sino que, además con su estatura de 1.69 metros y un peso de 80 kilogramos y delgadas piernas, su físico no era ni siquiera comparable al de algunos colosos del momento, “es un hecho que el Santo no ha sido el mejor luchador que haya dado México, ni el científico más brillante y capaz, ni el rudo más tormentoso, tampoco el más espectacular, ni el mejor dotado”.

No obstante esas condiciones adversas, El Santo fue considerado “el mejor luchador de México en 1943, 1944, 1945 y 1946; posteriormente sería en 1954, 1955 y 1957. También fue el primer mexicano que logró conquistar el Campeonato Mundial Welter. En total obtuvo dos cetros mundiales: Welter y Medio; tres títulos nacionales Welter, Medio y Semicompleto, 30 máscaras y 20 cabelleras. De 1953 a 1982 se cree que tuvo más batallas y más títulos que cualquier otro luchador de la época”, según registran tanto el trabajo de Raúl Criollo, Santo vs el olvido, y el de Álvaro Fernández, Santo el enmascarado de plata.

Si se analizan las divisiones en que El Santo conquistó títulos se puede constatar su madurez plena como luchador, considerando que la división welter corresponde a un peso de hasta 78 kilos, medio hasta 87 y semicompleto hasta 97. Ese tránsito da cuenta del natural pleito con la báscula que van dejando los años; pleito que Rodolfo Guzmán Huerta supo ganar, adecuando sus facultades conforme al paso del tiempo hasta reconocer el momento preciso del retiro.

A reserva de hacerme merecedora a una pamba con picahielo, la de la letra divide al Santo en dos: el luchador que supo explotar como nadie “la de a caballo” (llave inventada por Gory Guerrero, pero que aún hoy de tanto que la empleó El Santo hay quienes creen que fue él su creador) y el mito, que no se creó en el cuadrilátero sino en las historietas y en el cine.

Fue en la historieta creada por José G. Cruz donde El Santo adquirió la categoría de héroe invencible. Fue ello lo que le obligó a adoptar el bando técnico, en pos de la expiación de sus rudezas. “Fueron los niños, a raíz del personaje de la historieta, los que me hicieron cambiar” dijo en más de una entrevista. Los niños que seguían sus aventuras para luego ir a ver al héroe materializado en la arena, a aplaudirlo, a pedirle un autógrafo, a tocarlo para constatar que El Santo, a diferencia de Superman o cualquier otro, sí era de verdad. “Esto me hizo reflexionar y pensar que la niñez no merecía un ídolo tan malo”, reconoció el luchador.

El mito de El Santo surge en un México donde las arenas, y la lucha libre en particular, eran el lugar y el momento para sacar las frustraciones que se anidaban en las vecindades y barriadas, producto de la creciente migración del campo a la ciudad, en pos de mejores condiciones de vida. El propio Santo era ejemplo de ese fenómeno, cuando a temprana edad los Guzmán Huerta dejaron Tulancingo para irse al Distrito Federal buscando dar mejor vida a los siete hijos.

En México, la primera transmisión de televisión fue el primero de septiembre de 1950, pero apenas si había un aparato por cuadra. El televisor no era un artículo accesible para todos, pero el cine sí y fue ahí donde las películas del Santo crearon un género: el del cine de luchadores, con cintas que de tan malas se convirtieron en buenas, a grado tal que hoy en día son materia de estudio obligada.

El 5 de febrero de 1984, tras el acto de escapismo que realizaba en el Teatro Blanquita, Santo el enmascarado de plata se sintió mal. Lo llevaron al Hospital Mosel para la lucha estrella. En el camino aplicó a su contendiente la llave de sus éxitos: la de a caballo. No fue suficiente, al Santo le contaron los diez segundos y no regresó al ring. La muerte le ganó en la tercera caída.

En 1979, El Santo grabó una entrevista autobiográfica que publicó la revista Proceso. Ahí dijo: “el instinto de conservación vence nuestros propios sentimientos, y los dolores que creemos imperecederos se van absorbiendo poco a poco en el papel secante que es el tiempo, hasta no dejar en el alma más que un dulce recuerdo y con éste un infinito deseo de portarse bien, de ser buenos para que aquellos ojos que desde la eternidad nos miran, no lloren por nosotros y para que alguna vez nuestro comportamiento nos conduzca al sitio que ansiosamente nos aguardan”.

La noticia de la muerte de El Santo se corrió como hilo de media. En la lucha libre quien gana la cabellera gana la fuerza, pero quien gana la máscara gana todo. La muerte le ganó al Santo la última de sus luchas, pero no le pudo quitar la máscara. El 6 de febrero, Rodolfo Guzmán Huerta, El Santo, fue sepultado con la máscara puesta. Miles y miles de personas acompañaron al luchador, en el sepelio más concurrido por el pueblo, después del de Pedro Infante, coreando un grito que a 25 años sigue vigente: ¡San-to! ¡San-to! ¡San-to!

Ya sabe, comentarios, sugerencias, invitaciones, mentadas y felicitaciones por favor en adosdetres@hotmail.com. Gracias por leer éstas línea y con ello hacer que esto valga la pena. Que tenga una semana de triunfos en la lucha diaria.