viernes, 3 de octubre de 2008

La evolución en las telecomunicaciones

Marisa Pineda

¡Órale! Ahora los “sobrinos” improvisados e incómodos van a tener que aplicarse en sus extorsiones, para sacarle la vuelta al recién autorizado Registro Nacional de Usuarios de Telefonía Móvil. Es verdad que para todo hay maña, pero dicho registro es, al menos, una lucecita de esperanza en esto de la seguridad para los que somos pueblo, equis, carentes de prosapia o influencia alguna.

La iniciativa del registro provino del senador sinaloense Mario López Valdez, exalcalde del norteño municipio de Ahome, conocido popularmente como Malova; de ahí a que a la Ley haya quienes le llamen Ley Malova. Sin duda, en el curriculum político del senador la iniciativa aparecerá con estrellita dorada a un lado y el sellito de “Sí trabaja”, acompañado de su abejita. Los del Departamento de Análisis Político de A dos de tres, perspicaces como ellos solos, comentan que esto le contará en su carrera, considerando que es de los candidateables a la gubernatura de Sinaloa por el Partido Revolucionario Institucional.

Hace algunas columnas comentaba la experiencia que tuve cuando llamó a casa un “sobrino” que primero pidió, y luego exigió, equis cantidad de dinero para que no le hicieran daño ni a la parentela, ni a los gatos, perros y demás mascotas de la casa. Esa vez nos preguntábamos en qué momento se nos salieron las cosas de las manos y los peores anónimos, que eran revelar con quién y en dónde estaba el marido o novio de alguien, dieron paso a estas otras salvajadas.

Lo del registro de los celulares es efecto de todo lo que han evolucionado los medios de comunicación. Esta su amiga proviene de un barrio en donde los teléfonos que había estaban en la farmacia y en la tienda. Cuando en alguna casa contrataban el servicio, uno se inventaba cualquier clase de pretexto para entrar a ver el aparato.

Eran los tiempos en que si uno quería llamar a la estación de radio para pedir una canción, hacía coperacha con los vecinos para el pago de la llamada. El que apoquinaba tenía derecho a su lista de saludos, lo cual daba lugar a verdaderas letanías que en todos los casos terminaban con un “y para Usted” dedicado al locutor. Cabe mencionar que programas como “Pídala cantando” y “Cantando le complacemos” estaban destinados a los más osados, a los plenamente convencidos que tenían buena voz y a los enteramente exentos del sentido del ridículo. No faltaba el locutor que le daba por el lado al inspirado intérprete diciéndole “cantas igualito a Estelita Núñez” o a Napoleón, o al artista en turno. Mención aparte merecen los que pedían canciones en inglés y wachabacheaban de lo lindo.

Era el reino de los radios de banda civil y de los walkie-talkie. El programa BJ y el Oso era fuente de inspiración para todo aficionado a los ci-bis como se les decía popularmente a los radios. BJ era un trailero que viajaba acompañado por su mascota el Oso (que en realidad era un chango llamado Bear) y usaba el ci-bi para todo. Quien tenía un “uoki-toki” tenía el poder. Andar cargando con el aparato hacía sentir al portador la última cerveza del estadio. Pese a su carácter portátil, los “uoki-tokis” eran más bien grandes, de ahí que fuera común dárselo a guardar a la novia, que a partir de ahí se juraba y buscaba siempre la manera de que la antenita se asomara de la bolsa. No faltaba el fachoso que entraba al cine con el “uoki toki” y ahí tenía a toda la sala enterándose de la plática “Bsssbsss… Delta Águila (¡Ah! Porque todos tenían su apodo) ¿me copias? Bsss”. “Te copio Bear. Bsss”. “Me pregunta el Vigilante que si vas a ir a bsss… de bsss.” “No te copio bien Bi Jei, estoy en el cine. Bsss”. Eso daba lugar a los más ingeniosos o groseros comentarios de los cinéfilos molestos. Como ve, las cosas no han cambiado, lo que cambió fue el tamaño de los aparatos.

Los armatostes aquellos perdieron popularidad con la llegada de los localizadores. Hay marcas que hacen al producto y los “bipers” son de esos casos. Los “bipers” eran de tamaño diminuto. Cabían en todas las bolsas y no lo dejaban a uno caminando de lado por el peso, como los “uoki-toki”; por el contrario, era común que el aparato se quedara “biiip,Bibibibibibip …” hasta casi descargarse en lo que una lo buscaba entre todo el triquero que traía. En esos tiempos quizás uno de los trabajos más divertidos haya sido el de telefonista transmisora de mensajes de bíper. Cuando uno compraba el aparato, le daban un PIN (Número de Identificación Personal, por sus siglas en inglés, aclaran los del Departamento de Sistemas y Tecnología de A dos de tres) y un número telefónico sin costo. A ese número se llamaba, se decía a la telefonista el PIN del destinatario y enseguida venía la pregunta crucial ¿Cuál es su mensaje? “No, pues pregúntele que si….” ¡Ups! Había cosas que el pudor y el decoro obligaban a encriptarlas, dando lugar a mensajes del tipo “¿Podemos ir hoy viernes noche a supervisar los establecimientos ubicados en la salida sur?”. 

El auge del bíper fue breve. Si bien hoy se sigue empleando, al igual que el radio, su uso se ha circunscrito básicamente a grupos de trabajo. La popularidad es ahora del teléfono celular.

A los que nos tocó la llegada de la telefonía celular no podremos jamás olvidar aquellos ladrillotes, que hacían realidad los sueños de niño: “imagínate que hubiera un teléfono en que pudieran hablarte a todos lados. Así como el radio, pero teléfono”. La década de los 80 vio como esa utopía se convirtió en realidad. En un principio la telefonía celular era realmente sinónimo de status, por lo cara. Al poco tiempo tarifas y aparatos emprendieron una carrera por ver cual se reducía más. Luego, los teléfonos permitieron enviar mensajes de texto. Era fabuloso, como el bíper pero sin operadoras indiscretas que triangularan el mensaje. Luego, los celulares, como comúnmente se les llama, sirvieron para tomar fotos, escuchar música, navegar por internet, extorsionar y amenazar.

Activar un teléfono celular se volvió más fácil que cambiar un envase retornable. En Culiacán, pulularon los kiosquitos donde podía activarlos por 100 pesos con 300 de tiempo aire incluido, como identificación oficial le servía hasta la del club de admiradores de Amapolita de Arahuay. En otras ciudades del país, como la capital, podía adquirir celulares “clonados” con la advertencia de que después de equis tiempo se deshiciera de ellos. Las cosas llegaron a un punto tal que se salieron totalmente de las manos. Es verdad que el Registro Nacional de Usuarios de Telefonía Celular no va a terminar con las extorsiones y con la delincuencia; sin embargo, por algo se empieza. Ahora falta conocer la forma que se tiene prevista para que el Registro no se convierta en nuevo terreno fértil para la corrupción. Ya ve que para ingeniárnoslas somos muy buenos y tenemos más salidas que un cerco viejo.

Muchas gracias por leer estas líneas y con ello hacer que esto valga la pena. Que tenga una semana llena de mensajes bien bonitos. Ya sabe: comentarios, sugerencias, mentadas, invitaciones y hasta felicitaciones en adosdetres@hotmail.com. “Ya vine de donde andaba, se me concedió volver…”