lunes, 30 de enero de 2012

El momento Kodak




Marisa Pineda

Siendo estrictos para A dos de tres la noticia debería sernos de esas que ni fú ni fá. Por principio y final de cuentas no cotizamos en la bolsa de valores, ni tenemos acciones en esa empresa, sus directivos no son nuestros amigos ni en Facebook; aún así, saber que Kodak está en quiebra y se declaró en bancarrota nos provocó una sacudida. Fue como si de pronto le cayera humedad a los álbumes fotográficos y todos nuestros momentos Kodak estuvieran bajo amenaza.


Con cien años de experiencia a cuestas, que incluye la invención, en 1975, del formato digital, a la empresa la alcanzó el futuro y no tuvo más que declararse en bancarrota. La noticia de su quebranto financiero fue estopa en la hoguera de las redes sociales, en donde los comentarios casi invariablemente iniciaban con un “me acuerdo cuando…”

Y nosotros nos acordamos de cuando en Culiacán la cámara más popular era el modelo Instamatic de Kodak. Una camarita a la cual se le ponía un cartucho ya fuera de 24 ó 32 exposiciones, aplastaba un botón y se hacía real la campaña que publicitó la apertura de la empresa, por allá en 1892, “Usted apriete el botón, nosotros hacemos el resto”.

Si bien la gracia del aparato es que no se necesitaba más que enfocar y aplastar el botón, había que resolver varios asegunes con maña. Si no alcanzaban a salir todos en el recuadro se aplicaba el “júntense más” o el “háganse p’atrás”. Si el grupo era numeroso o el espacio no daba para más la respuesta venía en forma de reclamo “hazte para atrás tú”. Si el “hazte para allá” no era suficiente se recurría a trepar al fotógrafo a una silla o se le obligaba a tirarse de panza en el piso, todo con tal de lograr la toma anhelada. Esos eran los zoom y los tripiés caseros.

Etimológicamente fotografiar es escribir con luz, el problema se daba (y sigue dándose) cuando no había suficiente luz. Era entonces momento de echar mano del cubo mágico. Para quienes no los conocieron eran unos cubos muy bonitos que se colocaban en la parte superior de la cámara y al momento de accionar el disparador el foquito dentro del cubo se encendía, más bien explotaba, iluminando la escena, salvando la situación y dejando a todos lampareados. 

Los cubos se vendían sueltos o en paquetes de tres o cinco piezas. En teoría cada cubo servía para tomar cuatro fotografías. En teoría, porque en la práctica era frecuente que fallaran; o explotaban antes de apretar el botón dejando al fotógrafo viendo lucecitas, o se cebaban y por más que uno insistiera no encendían, o al encender la incandescencia era insuficiente. Tan importante como tener cámara y rollo, era contar con los cubos necesarios para perpetuar los recuerdos en fotografía.

Con el tiempo las Instamatic mejoraron. Algunos modelos traían dibujados una montaña, una silueta y un foco, con sólo colocar la marca en la figura adecuada la imagen mejoraba sustancialmente. Los cubos también evolucionaron, se convirtieron en unas tiras largas de diez o doce foquitos (no me acuerdo bien) que aún cuando tenían las mismas fallas de sus antecesores no había necesidad de reemplazar el flash cada cuatro tomas, en teoría.

Pero todos esos adelantos no estaban completos si no se contaba con una pieza bien importante: una amiga que trabajara en la tienda de revelado. Y es que a diferencia de hoy, en que tras el click  de inmediato sabe si salió tan mal como en la credencial de elector o vale la pena dejar la foto, antes había que esperar de tres a diez días, dependiendo de la temporada, para tener las fotografías entre las manos.

Cuantos niños de entonces tienen fotos que les fueron tomadas  nada más por acabarse un rollo que urgía llevar a revelar. Hermanos menores, abuelos, vecinitos, mascotas y paisajes eran los temas más socorridos a la hora de terminar con las exposiciones que faltaban para poder liberar el rollo y llevarlo a procesar.

Sin embargo, revelar un rollo luego de Semana Santa, Navidad, Año Nuevo, o la temporada de fines de curso podía demorar hasta dos semanas. Era ahí cuando tener una amiga en la tienda de revelado era tener un tesoro.

Las empleadas de la tienda de fotografía tenían dentro de sus capacidades la discreción. Cuántos testimonios de desfiguros (borracheras, infidelidades, etcétera) no pasaron por sus manos y ellas calladas. Recibían la contraseña del rollo depositado, entregaban el sobre correspondiente y así aparecieran todos bichis en las imágenes, omitían cualquier comentario. A lo sumo se limitaban a decir “sólo salieron tantas fotos”.

Recibir el sobre amarillo aquel provocaba verdadera emoción. Rara vez esperaba uno a llegar a casa para abrirlo. Lo primero era sopesarlo, si era muy liviano mal indicio, significaba que muchas tomas se habían velado, habían salido encimadas o con manchas que en aquel tiempo se consideraban indignas de imprimirse y hoy serían la envidia de cualquier lomógrafo.

Los segundos que transcurrían entre lo que se rasgaba el sobre y lo que repasaba cada fotografía eran de pura y genuina expectativa. Y ahí estaba: la foto anhelada. Clara,  bien clara, tan clara como el dedo de quien la tomó. Y que levante la mano aquel que no tiene en sus recuerdos una fotografía con un dedote en primer plano.

Muchas gracias por leer éstas líneas y con ello hacer que esto valga la pena. Ya sabe, comentarios, sugerencias, invitaciones, mentadas y hasta felicitaciones por favor en adosdetres@hotmail.com En Twitter estamos en @MarisaPineda.

Que tenga una semana con hermosas imágenes.

(PD: Don Autoridad, cuantos inocentes cayeron en esta semana a manos de la delincuencia organizada. Hubo ya justicia para uno de ellos, más allá de la Justicia Divina. Si le apuesta a que el olvido termine de sepultarlos, error: no se nos olvida.)