A dos de tres
Marisa Pineda
¿Se acuerda de los fantasmas? Esas ánimas que por las noches regresaban del más allá para protagonizar historias que ponían los pelos de punta a los niños, y a más de un adulto. Seres inmateriales ante cuyo acecho se cubría uno de pies a cabeza con una sábana protectora, en lo que cerraba bien los ojos, decía una oración, hacía la señal de la cruz y prometía por ene vez que ya se iba a portar bien. Fantasmas como La Llorona, La mano peluda, La mujer de blanco que paralizaron a muchísimas generaciones y que hoy en día, ante las muertes cada vez más frecuentes, cada vez más violentas, parecen ya no asustar a nadie.
Alguna vez esos aparecidos convertidos hoy en materia de programas chafas de televisión fueron uno de los instrumentos más socorridos por las madres y abuelas para tratar de apaciguarlo a uno. ¡Ay! de aquel que osara levantar la voz a sus mayores porque eso era causa automática para la invocación: “Te va a salir La llorona por grosero”. Y ahí lo tenía a uno cargando el juicio, aterrado, pidiendo perdón para que se cancelara el conjuro antes de que cayera la noche. Y más valía dejarla de ese tamaño porque si se atrevía a poner en entredicho la aparición de la legendaria alma en pena la advertencia subía de tono: Síguele y te va a salir el Diablo por contestón.
Las historias de miedo, como se les decía coloquialmente, eran tema de conversación de chicos y grandes. Entre la plebada de entonces no faltaba aquel a cuyo primo de un amigo un par de manos invisibles le había jalado los pies en la noche. Otro que al ir al baño o a tomar agua se le había aparecido una mujer vestida de blanco, que se desvaneció ante sus ojos. Tampoco faltaba quien, a mitad de la noche, cuando todos estaban dormidos, escuchó a lo lejos a una mujer gritando “Aaay mis hijos”.
Espiando las pláticas “de los grandes” se enteraba uno que un amigo de un compadre platicó que en un rancho una muchacha se fue al baile pese a la prohibición de su madre. En el jolgorio estuvo bailando muy coqueta con un hombre muy guapo, pero algo siniestro, que no era conocido del rumbo. De pronto, la muchacha empezó a gritar y todos vieron como el tipo aquel se transformaba en el Diablo (tal como figura en las cartas de la lotería), en medio de un fuerte olor a azufre. El Diablo desapareció y la muchacha quedó muy grave por las quemaduras que le marcaron el cuerpo.
A esas historias se sumaban la de La mano peluda. En el Culiacán de entonces, al irse el sol el plebero apuraba el paso y evitaba ciertas calles, pues se aseguraba que si uno pasaba por ahí se toparía con La mano peluda o con el Nahual.
Para quienes no conocieron a esos espectros. La mano peluda se decía era una mano, obvio peluda, que se asomaba por entre las paredes. En su más espeluznante forma se materializaba posándose sobre el hombro del mal portado en cuestión. El nahual era un animal, como un perro grande, con ojos que despedían fuego y al cual con sólo verle se podía quedar uno mudo del susto.
La llorona era una mujer que vagaba buscando a sus hijos perdidos y se llevaba a los niños que se portaban mal. La historia más ambigua era la de La mujer de blanco. No se sabía quién había sido, ni cuál era su propósito al materializarse, pero no había barrio que no tuviera entre sus fantasmas una mujer vestida de blanco que se aparecía en los patios o en los corredores de las casas.
El Diablo se podía aparecer a las muchachas coquetas que contradecían los buenos consejos de su madre, a los hombres viciosos o desobligados, a las malas personas y a quienes jugaban lotería o baraja a la medianoche. Porque todas estas apariciones ocurrían, invariablemente, al filo de las cero horas; momento en que una mano invisible y helada jalaba de los pies a los plebes mal portados.
A medida que los años pasaron uno descubrió que esas historias se repetían en todos los barrios, y su origen incierto se perdía entre los siglos. Con el tiempo entendió uno a cabalidad la frase “ten miedo a los vivos, no a los muertos”, dicha esta por las propias madres y abuelas cuando veían que sus invocaciones fantasmales habían provocado que uno encendiera todas las luces de la casa, negándose férreamente a ir a sitio alguno que no estuviera plenamente iluminado.
Con el tiempo esos fantasmas se convirtieron en protagonistas de novelas, películas, programas de televisión y hasta corridos (La que bailó con el Diablo). Hoy en día, se antoja por demás difícil que tales historias puedan asustar y, menos aún, servir de correctivo a los chamacos desobedientes y groseros. Son fantasmas que ante las muertes cada vez más violentas, cada vez más frecuentes, ya a pocos asustan.
Muchas gracias por leer éstas líneas y con ello hacer que esto valga la pena. Comentarios, sugerencias, invitaciones, mentadas y hasta felicitaciones por favor en adosdetres@hotmail.com
Que tenga una semana libre de sustos.
PD: Don Autoridad ¿tiene idea de qué tanto se acordarán de Usted este Día de Muertos? ¿Cuántos inocentes cayeron esta semana a manos de la delincuencia? ¿Hubo ya justicia para alguno de ellos? más allá de la Justicia Divina. Si cree que olvido terminará de sepultarlos, se equivoca: no se nos olvida).