martes, 22 de diciembre de 2009

A dos de tres

Marisa Pineda

Las efemérides indican que ésta época es óptima para reflexionar sobre la armonía, la cordialidad, el amor al prójimo. Para afianzar el mensaje, no hay lugar donde no se escuchen villancicos entremezclados con las bailables del momento (“cahuates, pistachs…”) convirtiendo las calles y centros comerciales en una especie de posada colectiva, pleitos incluidos. Pleito porque no hay espacio para estacionarse, pleito porque alguien se metió en la fila para pagar, pleito porque le ruge la tripa de hambre y no hay espacio libre, ni sentado ni de pie, para poder comer.

La ley indica que el 20 de diciembre vence el plazo para pagar los aguinaldos, pero muy desde antes del 15 de diciembre las colas en los cajeros automáticos indicaban que algún patrón madrugador ya había cubierto tal prestación. Las calles fueron invadidas por más, y más, y más gente hasta llegar, por ahí a mediados de la semana que recién concluye, a un punto en que la masa empujó a la cordialidad, relegándola a los villancicos y a las decoraciones navideñas.

Los del departamento de estudios sociales de A dos de tres llegaron espantados tras haber intentado hacer uso de un cajero automático, de comprar un café en esos autoservicios que pululan y de haber pretendido comprar un detallito para sus compañeros con motivo de la Navidad.

¿Pero qué le pasa a la gente? ¿De dónde salió tanta gente? ¿De dónde salió tanta gente en auto? ¿De dónde salió tanta gente iracunda en auto? Se preguntaban asustados y comenzaron a platicar lo que presenciaron:

Todo empezó aquí afuera, en las dos esquinas de la cuadra había choques y aún viendo los autos estampados (en una esquina auto contra auto en el puro medio. En la otra, auto contra camioneta hacia la acera) de los vehículos que estaban atrás les pitaban. Eso sólo es superable por la ocasión aquella en que hubo un connato de incendio en los consultorios de a la vuelta y, aún viendo como del edificio salía una espesa nube de humo, una señora se puso a pitarle al carro de bomberos para que se moviera porque estaba en doble fila.

El asunto no para ahí, al dar la vuelta a la calle, a la siguiente esquina, otro choque. Un señor con el rostro bañado en sangre, trataba de tranquilizar a un chamaco todo pálido y asustado (y de paso a los mirones) diciéndole que estaba bien, que era una herida superficial a la vez que le pedía llamara a sus padres y al ajustador de seguros.

Unas cuadras delante, justo atrás de la catedral, una larga fila de vehículos buscaba dar vuelta e incorporarse a otra cola, más larga aún, cuyos conductores no mostraban ninguna intención de darles la mínima oportunidad para lograr su cometido. En tanto, el conductor de un chevy, subestimaba el tamaño del autito y trataba, infructuosamente, de estacionarse en un espacio en el que, cuando mucho, cabía un carrito del supermercado. La estampa se sonorizaba por claxonazos, mentadas de madre y una mezcla de canciones que salían de los estéreos de tanto auto: “aunque sea a escondidas, pero no me digas, que me quitas tu amor, porque me quitas la vida…”. “Como una fiesta sorpresa llegaron sin hacer ruido, hombres vestidos de verde asegurando mi equipo, y en vez de gritar sorpresa gritaron todos al piso…”. “Inevitable, muero de amor que lugar tan común, irremediable crece la noche, se fue nuestro sol por un tragaluz…”

Mientras eso ocurre en el arroyo, sobre la acera, una señora persigue a un camión urbano abrazando una gran bolsa llena de cajas, que se adivinan juguetes, mientras con la mano sostiene un triciclo rosa (muy bonito, por cierto). Una muchacha con uniforme de preparatoriana va distraída, platicando con otros plebes, no alcanza a salirse del camino de la señora y ¡cuaz! se estampa recibiendo tremendo golpe. De inmediato la plebe le grita “vieja pend… fíjese por donde va, vieja jijadela...” la doña de los paquetes responde en igual tesitura, sin detener su camino.

Como tierra prometida, se adivina en la esquina el cajero automático. La fila llega hasta la mitad de la acera, mina el ánimo y hace que los de A dos de tres propongan dejar el intento para mejores ocasiones. Aprobado. ¿Llegamos por un café? ¡Arre! Y unas galletas, añade otro, porque había mucha gente en los tacos y no desayuné.

Triste su caso, la fila para pagar compite con la del cajero automático. Aplican la máxima: a todo se acostumbra uno, menos a no comer y se forman. Una muchacha guapetona fija su vista en un plebe que está a unas cuatro personas de la caja, pone su mejor sonrisa y coqueta le pregunta ¿me das chanza, nada más voy a comprar una recarga? Antes de que el escuincle abra la boca, el resto, al unísono, se encarga de situar a la chamaca en su realidad: ¡a la cola!

De regreso a la calle la situación empeoró. Un par de agentes de tránsito trata de poner orden. Pese a los uniformados los gritos, las mentadas, los claxonazos y los acelerones aumentan. Las bocinas de las tiendas están ahora en el exterior. A la vez se escucha: “el sabe de ti, el sabe de mi, él lo sabe todo no intentes huir, Santa Claus llegó esta Navidad…”. “Te lavaste la cara y el mono no, te lavaste la cara y el mono no…”. “Arre borriquito, arre burro arre, arre más de prisa que llegamos tarde…”

Muchas gracias por leer éstas líneas y con ello hacer que esto valga la pena. Ya sabe, sugerencias, comentarios, mentadas y hasta felicitaciones por favor en adosdetres@hotmail.com

Que tenga una semana en que las buenas noticias encuentren en Usted su posada.