lunes, 20 de julio de 2009

A dos de tres

Marisa Pineda

Todo empieza con una invitación, una invitación que implica el ineludible compromiso de asistir. Y asistir equivale a acudir bien presentada. Bien presentada equivale a: de inmediato, a dieta. Pero estar a dieta produce ansiedad y la ansiedad se busca calmarla, paradójica e infructuosamente, comiendo. Así, el intento por quedar en línea fracasa. Pero no todo está perdido, hay una salida de emergencia, un botón de pánico. Y allá va uno a echar mano del último de los remedios, sin imaginar siquiera que está a punto de protagonizar un encuentro que resultará inolvidable y se caracterizará por su rudeza. Está por comenzar la lucha Yo versus La Faja.

“La belleza cuesta”, “la belleza duele” son premisas transmitidas por generaciones, en las más diversas culturas y momentos históricos. En aras de la belleza, en tribus africanas se recurre a colocar aro sobre aro para que el cuello se alargue; en aras de la belleza, geishas y europeas de centurias anteriores hicieron válido aquello de ¡antes muertas que sencillas!, al morir víctimas del plomo en la pintura empleada para blanquear la cara.

Esto de ponerse bello y bien presentado no es exclusivo de un género. En los varones esta el grabado de tatuajes (incluso en las llamadas partes nobles), la colocación de piercings y el empleo de aros para perforar los lóbulos de las orejas, hasta dejar unos hoyos por los que bien cabe una canica. Esta última práctica, ahora de moda, data de antes de la Conquista, hoy los aros son de plástico, en aquel tiempo eran de hueso, oro o piedra.

Con esos antecedentes, recurrir a una faja se antoja una trampilla que ni a pecado llega. Total, se trata apenas de esconder uno que otro defecto menor, como una lonja coquetona o la falta de cintura. Y allá va uno en busca de la pieza. En lo que se elije la prenda, se topará con las fajas modeladoras, tan efectivas como antiestéticas. Por más encaje que les cosan resultan tan útiles como delatoras. Si se emplea una de esas, antes de preguntarle a una ¿cómo estás? Le dirán ¡Traes faja!
La ausencia de lonjas, las costuras que se marcan, los ojos saltones, un busto aumentado por la grasa comprimida, y la dificultad para doblar cintura que apareció de súbito, impiden dar un “no” por respuesta.

Están también las fajas de última generación, caracterizadas por su flexibilidad excesiva. Toma la camiseta modeladora y ¡oh-ho!, es chiquitita. En la tienda no se percibió así (en la tienda, el maniquí era talla cero). ¿Cómo voy a meter toda mi humanidad ahí? Se enciende el aire acondicionado, se prende el ventilador, se coloca una frente a él. Se mete un brazo a la prenda, se hace una pausa, se toma valor y allá va el segundo brazo. ¡Ay!.. La faja está viva y al pasar la cabeza ha estado a punto de romperle a una la nariz. Ahora está a punto de ahorcarla porque se enroscó a la altura del cuello, ¡Aaagh! ¡Agh! Con rapidez inaudita, el instinto de supervivencia encontró la forma de desenrollarla, pero ahora está a la altura del busto. ¡Aaah!, ¡Aah! Exclama una mientras siente como si le estuvieran haciendo una mamografía. Empieza a contorsionarse y logra estirarla de nuevo. Para entonces ya está una toda sudada, el exceso de grasa rebosa debajo de los hombros y en los brazos, pero ni quien se fije. De pronto, en una máxima rudeza, la faja la toma por sorpresa, enroscándose a la altura de la boca del estómago. Totalmente sin aire, empieza a toser para no asfixiarse y ya sea con la ayuda de unas tijeras o invirtiendo la odisea logra zafarse de la indomable prenda.

Si en vez de las camisetas modeladoras optó por las que son un pantaloncillo que amolda vientre, glúteos y muslos. La lucha empezará en cuanto la prenda pase la altura de los tobillos. Una faja que en su tamaño original tiene 20 centímetros de ancho deberá pasar por unas extremidades inferiores que en su parte más ancha rebasan el metro. Y allá va. Llega la faja a las rodillas, la usuaria se sienta, acomoda la prenda, se reincorpora y empieza a brincar por todo el lugar, poco a poco la faja va subiendo. Ha llegado a los muslos, el ánimo está en alto, la usuaria lo va a lograr, sigue saltando. Está en las chaparreras, pasando esto ya la hizo, sigue saltando… ¡ups!, en un exceso de enjundia ha clavado su dedo en la pieza, deja de saltar, la revisa, sí hay un hoyo, pero qué ve, ¡la fibra no se corre!, suficiente. Ha recuperado el ánimo y vuelve a saltar. ¡Sí!, lo ha logrado, la faja comprime su panza, aplasta sus nalgas y divide sus muslos en dos, pero que importa, ya con el vestido eso se disimulará.

¡Ah!, pero esa prenda es sumamente traicionera. Horas después, cuando vaya al baño se preguntará ¿y ahora cómo la subo?; se encontrará en un espacio pequeñito, donde no habrá manera de saltar hasta regresar la faja a su lugar, entonces tendrá que tomar la decisión de quitarla y arrojarla al bote de la basura o esconderla en su bolsa, como se esconde un pecado. O bien de pronto sentirá como algo se enrosca en sus muslos, clavándose dolorosamente en las ingles; tendrá que correr al baño y botar la prenda, absolutamente convencida que usar una faja fue una mala decisión.

Colombia y México tienen algo más que… negocios en común. Colombia y México comparten fajas. “Fajas colombianas” dice el letrero en la tienda de lencería. Son prendas que en la parte superior, a la altura del busto, lucen como blusas realmente bonitas, de ahí para abajo una poderosa tela elástica la deja a una como empacada al alto vacío. El problema estriba en que se cierran con ganchillos en la entrepierna y en lo que la grasa busca dónde reacomodarse, la usuaria se siente como en examen ginecológico.

En la variedad de las fajas colombianas están también los modelos que parecen trajes para bucear. Vienen en dos largos: al tobillo y a la rodilla. La comprimen hasta dos tallas, realmente son de neopreno, forrado de una tela delgada. Entre el neopreno y ese forro hay un espacio. Con lo que la faja la adelgazó bien puede guardar ahí… qué se yo, buena parte de esas chunches que traemos las mujeres en la bolsa. Sí, esas fajas son una maravilla.

Muchas gracias por leer éstas líneas y con ello hacer que esto valga la pena. Por favor, comentarios, sugerencias, invitaciones, mentadas y hasta felicitaciones en adosdetres@hotmail.com. Que tenga una semana en que no se le comprima el entusiasmo.