lunes, 26 de septiembre de 2011

A dos de tres

Marisa Pineda

Lunas atrás nos referíamos aquí a las batallas que están perdidas antes de iniciar. No a los pleitos arreglados, sino a esos cotejos que suele llamárseles “de compromiso”, esos en que la ley de la ventaja está notoriamente canteada a un solo lado. Esta es una historia de esas. Perdonará el abuso de la primera persona, pero se trata de mi historia. Una de las mejores historias de humor negro que he protagonizado. Le cuento.

Primera caída. “Se te borró la sonrisa, es que me vino un recuerdo”.

Todo comenzó por allá en enero. Tras culminar mi encargo en el servicio público inició el recorrido en busca de los chelines que marca la Ley de Pensiones. Dos vueltas después -falta un sello, falta una copia- por fin completé la documentación. Sin nuevos contratiempos firmaron de recibido y escuché la cantidad a que tenía derecho conforme a la ley en la materia.

La empleada advirtió que el trámite para recuperar los dineros podría tardar en dar resultados favorables. Sabedora de que quien hace el candado hace la llave, pregunté si alguno de los cientos de solicitantes ha logrado recuperar su caudal. “Sí”, subrayó. Sin dar números dijo “ya han salido cheques”. Pensé en voz alta: y sin embargo, se mueve.

La empleada adelantó que en cuanto hubiera resultado ellos me llamarían por teléfono. Al salir no pude evitar recordar a El coronel, de la novela de Gabriel García Márquez “El coronel no tiene quien le escriba” (El coronel se queda esperando toda una vida a que le llegue el aviso de que se aprobó su pensión. La novela termina con el diálogo entre el coronel y su esposa quien, desesperada por la miseria en que viven, le reclama “Dime, qué comemos” y este le responde: Mierda).

Para mi sorpresa la llamada llegó, casi a seis meses de que inició la espera. La persona que marcó dijo entusiasta: ya salió su cheque, venga mañana después de las 11 con su credencial de elector. Cerró su mensaje expresando “¡Felicidades!”.

N’ombre, hubiera visto, hasta lágrimas de felicidad hubo en mi familia. Contagiada por aquel “Felicidades” ya me veía con casa propia, autito y hasta fiesta de inauguración del nuevo hogar. Sí, es verdad que la cifra no alcanza ni para echarle combustible suficiente al avión oficial para ir de Culiacán a Altata, pero ya sabe las cuentas alegres que saca uno con el júbilo.

Segunda caída. “Maaar-gaaa-rii-to”.

Al siguiente día allá le voy. En cuanto llegué lo primero que me llamó la atención fueron muchas caras nuevas. Con una sonrisa de buzón me planté ante la empleada, quien me envió dos pisos arriba. Una señora de bastón que iba adelante me hizo reparar en que quienes buscan una pensión tienen que aventarse dos o tres pisos cuesta arriba para hacer su trámite. Por fin, la señora y esta su amiga llegaron a su destino. Sin dejar de sonreír me identifiqué y me hicieron pasar a una sala de juntas. ¡Achis! Dije a mis adentros ¿pues qué irá a haber foto o acto protocolario?

Ni lo uno ni lo otro. Ahí tiene que me extendieron un cheque con una cantidad bien lejana a lo que me corresponde legalmente. La funcionaria que me atendió me explicó que al llamar no habían aclarado que ya estaba mi dinero, pero sólo el correspondiente a aportaciones directas.  El bono de pensión al cual se refiere la ley en sus artículos 29 y 30 queda pendiente. Haga de cuenta que, por poner un número,  de diez mil pesos que le deben le abonan 100.

La funcionaria se empeñaba en realizar su trabajo sin hacerme sentir mal –creo- y yo me empeñaba en que no se me saliera una risita nerviosa, pues me sentía en uno de esos crueles programas de concurso: a ver Marisa, ya tienes tus 100 pesos. Son tuyos, pero para que te los puedas llevar tienes que pasar una prueba más. ¿En qué consiste esta prueba? Tienes que firmarme este recibo donde aceptas sumisa y resignadamente que te debo pero no tengo para pagarte. ¿Qué te parece? El que abona pagar quiere y aquí están tus 100 pesos de aportaciones directas. No puedes decir que no velo tus asalariados intereses, anda firma ahí para que te puedas llevar tus 100 pesotes.

Tercera caída. “Será mañana o pasado mañana, el lunes o el martes, será cualquier día…”

Me fui sin aceptar el cheque. Confieso que al principio me agüité y más porque aquella rudeza innecesaria afectó a mi familia. Luego se impuso el humor negro. Como a los dos meses volvieron a llamar. Me intrigó la insistencia y, sabiendo que el lobo puede cambiar de pelo pero no de aullido, me apuré a pasar por el papel, una voz interna me advertía que si me tardaba ni esos pesos vería.

¿Y ahora cómo te fue? Me preguntaron –cautelosamente- amigos y familiares.  Bien, respondí, fue como cuando en la película El Padrino, Vito le dice a Jhonny Fontana: “Le haré una oferta que no podrá rechazar”. Firmé un convenio y salí del Instituto de Pensiones con mi cheque y una resignación que quienes me rodean no comparten. Dicen que soy pesimista por sostener que esos dineros no los verán mis ojos, por muy que tengo un documento con validez legal en el cual se asienta el adeudo.

Amigos y familiares sostienen que un lejano día volverá a sonar el teléfono voceándome para que pase a recoger el producto de años de trabajo. Les digo que no es así, que el día de mañana derogan la tal ley, desaparecen el tal instituto o lo absorbe alguna secretaría y en ese toma y daca le cantan la tercera caída a la esperanza de miles de empleados.

Debo reconocer, agradecer y destacar que todo el personal que me atendió, de principio a fin, fue siempre muy amable y cálido. No me pagaron todo lo que me deben, pero me trataron bien.

Cosas del humor negro.

Muchas gracias por leer éstas líneas y con ello hacer que esto valga la pena. Ya sabe, comentarios, sugerencias, invitaciones, mentadas y hasta felicitaciones por favor en adosdetres@hotmail.com

Que tenga una semana con humor y esperanza.

(PD: Don Autoridad ¿cómo se lo va? ¿Ya hubo justicia para los inocentes caídos en manos de la delincuencia? Más allá de la Justicia Divina. Si cree que el olvido terminará de sepultarlos, error: no se nos olvida.)


lunes, 5 de septiembre de 2011

A dos de tres

Marisa Pineda

Es un día cualquiera y va uno por la vida haciendo lo que hace en un día cualquiera, como agacharse a levantar algo que se le cayó, de pronto, al incorporarse, un dolor aguijonea su espalda, clavándose como arpón y no lo suelta hasta una consulta médica después. Ya medio repuesto argumenta: “nunca me había pasado esto” y no falta quien le diga que ya está en la edad de los nunca, cuando el cuerpo –que fía pero cobra con intereses leoninos- empieza a pasarle la factura. A esos episodios me recuerda este país, mi país, que a cada hecho violento –cada uno más violento que el anterior- nos hace exclamar “es que esto nunca había pasado”.

La historia contemporánea de México registra dentro de sus episodios conocidos más violentos en contra de la población civil: la masacre de 1968, el Jueves de Corpus de 1971 (ambos dentro de la guerra sucia que se vivió de fines de los años 60 a principios de los 80) y, por su trascendencia, el asesinato del candidato priista a la Presidencia de la República, Luis Donaldo Colosio, en 1994. Todos esos episodios tienen como común denominador asuntos relacionados con el poder político.

Durante mucho tiempo Sinaloa, y particularmente Culiacán, cargó con la mala fama de estado violento. Fama, hay que reconocer, que aunque injusta para la mayoría de la población fue ganada a golpe de plomo, sangre, tinta y tiempo al aire porque, reconozcamos también, el morbo se vende bien en los medios de comunicación. La violencia entonces era entre familias y grupos bien delimitados. Las víctimas ajenas a esos enconos son una dolorosa minoría. Al caer un inocente se alzaba la ola de protestas y los verdaderos protagonistas entraban en una calma chicha ante el reproche popular.

Pero quien sabe en qué momento algo se averió y cada vez más lugares en el mapa nacional se empezaron a teñir de rojo. El daño empezó a dar muestras de su gravedad cuando los grupos delictivos borraron descaradamente sus fronteras, a grado que hoy en día prácticamente no hay captura o hecho ilícito notorio que no incluya entre los implicados  a un expolicía o policía en activo (con la afrenta que esto conlleva para los elementos honrados y las instituciones mismas).

También varió la reacción de los delincuentes ante los inocentes caídos. Ya sean una o 52 las víctimas lo reducen a un “ya le tocaba”, y la ola de protestas tras un hecho particularmente violento no les quita ni la tranquilidad, ni el hambre, ni el sueño.

Hace poco comentábamos aquí el caso de la mujer con una granada alojada en la cara, quien gracias al esfuerzo de un heroico equipo médico vive para contarla. Decíamos que ello marca un antes y después en las urgencias médicas, porque en México nunca había ocurrido eso. 

Días después, en el estadio Territorio Santos Modelo se vivieron momentos de angustia cuando en sus afueras ocurrió una balacera. Nunca había pasado eso en un escenario deportivo.

Pero si algo puede empeorar, empeorará y el 25 de agosto 52 personas perdieron la vida en el Casino Royale, en Monterrey, luego de que un grupo de delincuentes, armados, lo incendió presuntamente en represalia a que la sala de juegos no cedió a sus extorsiones. Nunca había sucedido eso.

Y así como al llegar a la edad de los nunca uno tiene que cambiar hábitos, así en el país tenemos que hacer lo propio. Meses atrás, en A dos de tres proponíamos aplicar en las escuelas una guía sobre qué hacer en caso de balacera, y extenderla a sitios públicos como centros comerciales y hospitales. 

Lo ocurrido en el Territorio Santos Modelo (TSM)  nos enseña que los estadios y las arenas (por citar los escenarios de los deportes más populares en México: futbol, box y lucha libre, y beisbol) deben incluirse en tales protocolos, pues lo que pasó en el TSM no tuvo final trágico gracias a que el terreno de juego no está alambrado y los aficionados pudieron saltar hacia allá, al comportamiento mismo de la afición y la directiva, y a que Dios es muy grande.

Así como hay carteles con instrucciones de qué hacer en caso de incendio y de sismo, proponemos se diseñe uno de qué hacer en caso de tiroteo; así como revisar, de verdad, la funcionalidad de las salidas de emergencia en edificios públicos y privados, pues con cada tragedia sale a la luz que o no se contaba con ellas o estaban bloqueadas, lo que para fines prácticos es lo mismo. 

Ojalá y Don Autoridad considere que 50 mil muertos en cinco años es cifra suficiente para analizar la pertinencia de crear y difundir las medidas mencionadas, más allá de rezar o de ampararse en la máxima “cuando te toca aunque te quites, cuando no te toca aunque te pongas”.

Muchas gracias por leer estas líneas y con ello hacer que esto valga la pena. Por favor comentarios, sugerencias, invitaciones, mentadas y hasta felicitaciones en adosdetres@hotmail.com ¡Ah! Y qué cree, la de la letra tiene tuiter (aunque no le “intelige” muy bien) @MarisaPineda 


Que tenga una semana libre de angustias.


(PD: Don Autoridad, esto es como el zumbido de una mosca, pero ¿cuántos inocentes cayeron esta semana a manos de la delincuencia? ¿Hubo ya justicia para ellos? ¿La habrá? Más allá de la Justicia Divina. Si cree que el olvido terminará de sepultarlos, error: no se nos olvida.)