domingo, 14 de noviembre de 2010

A dos de tres

Marisa Pineda

Nada es personal, es cuestión de negocios. Michael Corleone, en El Padrino.

Se oye música alegre, la calle Hidalgo, entre Obregón y Carrasco, ha reabierto a los peatones. Pisan y arrastran metros y metros de cinta plástica amarilla, dice “Precaución”. En el ambiente hay tizne y un penetrante olor a humo que se queda en la ropa, en el pelo, en la piel; sale de los restos de la tienda Coppel que el miércoles se incendió. Decenas de jóvenes se detienen a tomarle video con sus teléfonos celulares. Un ruido fuerte los hace saltar, risas nerviosas. Un señor termina de rezar un Padre Nuestro por las seis empleadas que murieron en el incendio, asfixiadas. Atrapadas, encerradas con llave por fuera. No hubo quien pudiera salvarlas de esta tragedia que hace un nudo en la garganta, que enoja, que debería avergonzar.

Hay un viejo cuento que dice: Era un ladrón que a punto de verse descubierto empezó a gritar “El ladrón, el ladrón, agarren al ladrón, allá va el ladrón” en lo que apuntaba para otro lado. A esa historia empieza a parecerse la serie de irregularidades que enmarca esta tragedia que golpea directamente a nueve niños, el menor de 45 días de nacido. Nueve niños a quienes no les podemos regresar a sus madres, pero a quienes tenemos la obligación de rendir cuentas, a quienes debemos justicia. En memoria de esas seis empleadas debemos exigir mejores condiciones laborales y de seguridad a grandes empresas, cuyos empleados trabajan en situación similar a la evidenciada con su muerte.

Ahora, de aquí y allá surgen señalamientos: la tienda operaba en medio de irregularidades en materia de seguridad y laboral. Irregularidades que al otorgar permisos, licencias, revalidaciones, de hacer revisiones ¿no vieron? las autoridades de Protección Civil, las del Trabajo y Previsión Social, las comisiones de Derechos Humanos, los institutos en pro de las mujeres, los líderes sociales, los organismos patronales. Todos los que seis muertes después señalan anomalías sin citar qué instancias las solaparon. Las verdades a medias son también medias mentiras. Citar irregularidades de unos y de otros, sólo citar, aguantar en lo que llega el olvido, en lo que la desmemoria termina de sepultar los seis cuerpos.

A las 21:55 horas del martes 16 de noviembre el Sistema de Emergencias 066 recibió una llamada: había un incendio en la tienda Coppel Hidalgo. En diez minutos los reportes fueron 15; luego se supo que dos de ellos los hicieron las mismas empleadas quienes, encerradas, hacían inventario. Cuando los bomberos llegaron encontraron las cortinas metálicas con llave. Tras múltiples esfuerzos lograron penetrar, no sin antes resultar un bombero herido en una mano al emplear una motosierra y dos intoxicados por el humo. Los cuerpos de las empleadas pudieron ser recuperados luego de casi diez horas de luchar contra el siniestro. Enterarse cómo narraron, vía telefónica, sus últimos momentos a familiares y amigos es la suma del dolor y la impotencia.

Tres días después de la tragedia surgió una versión: los trabajadores que se encargan de la remodelación de la avenida Carrasco se ofrecieron a derribar la puerta con una retroexcavadora, pero alguien –así, sin nombre, sólo Alguien- encargado de seguridad en la tienda lo impidió.

Cuesta creer que tal historia haya ocurrido así. Si no había responsables de la tienda ese momento ¿Quién dijo que no la dañaran? Si estaban los Bomberos y esa máquina hubiera sido útil para controlar el fuego es increíble que permitieran que alguien, quien fuera, la desechara para no dañar una tienda que se consumía entre llamas, a la cual bomberos y protección civil daban de hachazos y marrazos para abrir boquetes.

Esa versión ha contribuido en los comentarios hacia la actuación de los Bomberos. Reconozco que me gana la admiración hacia ellos, a su valor, a su entrega desinteresada. Es momento de observar que Culiacán ya no es el de 1949 cuando se integró el Heroico Cuerpo Voluntario de Bomberos. Es momento de recordar que nuestros Bomberos merecen que los cuidemos, que contribuyamos a que tengan cada vez más y mejor equipo y, por ende, más seguridad al realizar su labor. Ellos también tienen familia que los espera. Son héroes, hay que cuidarlos, no abundan.

Es viernes. La Hidalgo se ha reabierto a la circulación peatonal. Una pipa de bomberos está afuera de la tienda incendiada, a su lado una camioneta de Servicios Periciales. Un chamaco se ha acercado a platicar con los agentes, algo gracioso dicen porque ríen y no le recriminan haberse brincado la cinta amarilla colocada para que la gente no se acerque al edificio, que puede colapsar. En eso se escucha un ruido, el chamaco corre, los que graban brincan asustados. En la banqueta hay refrigeradores y maniquís semiquemados, sillas ahumadas y estantería fundida, algo de eso se cayó.

Repuestos del susto unos siguen su camino, otros vuelven a su sitio y siguen grabando desde su celular, otros llegan a suplir a los que se fueron, otros pasan sin voltear siquiera. El señor recargado en la pared frente a la tienda termina su rezo “Y líbranos del mal, amén”, se santigua y sigue su camino rumbo a la Carrasco. Por largo rato contempló los fierros retorcidos, las partes carbonizadas. Sobre las paredes ennegrecidas paradójicamente quedó buena parte de una lona plástica; en ella el rostro de una mujer sonriendo, a un lado la frase “Mejora tu vida”. También quedó un gran letrero de acrílico en el suelo: “Coppel”, intacto.

Muchas gracias por leer estas líneas y con ello hacer que esto valga la pena. Ya lo sabe: por favor comentarios, sugerencias, invitaciones, mentadas y hasta felicitaciones en adosdetres@hotmail.com

Que tenga una semana en que el tiempo alcance para decir una oración.

lunes, 8 de noviembre de 2010

A dos de tres

Marisa Pineda

No te desconectes, no te desconectes, no te desco… ¡AAAghh! Se desconectó y faltaba bien poquito para que pasara la canción. ¿Se acuerda? Si se acuerda, es que le tocó la primera era de la transferencia de archivos de música en el otrora popularísimo napster.

En los últimos diez años, la tecnología para reproducir música ha registrado un desarrollo vertiginoso. La carrera pareciera ser por lograr acomodar cada vez más minutos de música en aparatos cada vez más pequeños y, por supuesto, con mejor fidelidad.

A la par, se libra otra competencia igual de rápida: la de conseguir más música de manera gratuita… a través de la internet, no vaya a pensar que tal logro tiene que ver con encontrar un disco de colección y pedir “¿me lo grabas?”.

Pero para llegar al intercambio de música a través de las computadoras hubo que recorrerse un camino que inició por allá en 1877, cuando Thomas Alva Edison inventó el primer fonógrafo. De ahí, Emile Berliner dio el siguiente paso con la invención del gramófono. El resto es historia: aparecieron el tocadiscos de alta fidelidad, las radioconsolas, las sinfonolas, el casete, el disco compacto, el walkman, el mp3 y lo que se acumule.

Quienes venimos de generaciones prehistóricas conocimos la música grabada en discos de vinilo y en casetes. Los abuelos de los abuelos referían que en sus tiempos los discos eran de 78 revoluciones por minuto (RPM). A la de la letra le tocaron ya en formatos de 45 y de 33 RPM; los primeros contenían apenas un tema de cada lado, los segundos registraban de seis a ocho temas por lado. Además, sus carátulas eran, frecuentemente, verdaderas obras de arte, muchas de ellas hoy de colección.

Para entonces los tocadiscos habían evolucionado a las radioconsolas. Eran como baúles de pequeños (como de un metro) a inmensos, dentro del cual estaba el tocadiscos. Cerrados servían también como mesa auxiliar. A la fecha las radioconsolas se cotizan bien entre quienes gustan de lo retro.

Hoy que tanto se habla de que la “piratería” y el intercambio gratuito de música por la internet ha golpeado inclemente a la industria discográfica, uno recuerda que aquellos discos de vinilo eran imposibles de piratear. Lo más que podía hacerse era lambisconear, amenazar o suplicar al propietario del acetato inconseguible hiciera el favor de grabarlo en un casete. Los únicos mecanismos de copiado eran de disco a casete y de casete a casete, no había de otra.

Además de la música, los vinilos aquellos obsequiaron momentos divertidísimos cuando se rallaban y el ídolo en turno se quedaba trabado cantando el mismo pedazo “sufro… sufro.. sufro..”, o cuando el alcapone (alcapone el disco) de la fiesta se le olvidaba cambiar las revoluciones y ni el mismísimo Pavarotti se salvaba de escucharse como ardillita.

Como para todo hay maña, la sabiduría popular recomendaba que en un disco rayado se salvaba el escollo colocando una moneda (o varias) sobre el brazo del tocadiscos. La cuestión era dar con la moneda del peso adecuado y colocarla en equilibrio. Si la moneda caía, su caída podía derrumbar también el ánimo en una pachanga, así que aquel con el don de equilibrar el peso era invitado imprescindible en toda fiesta en que hubiera discos rayados.

Años después los vinilos fueron reemplazados por los discos compactos, y con la masificación del internet por los nuevos formatos de archivo, como el mp3.
Es ahí cuando incluso las generaciones recientes envejecen al iniciar sus pláticas con “te acuerdas cuando…” Y se acuerda uno cuando descubrió que existía napster, aquel programa en que ponía el nombre de la canción deseada, daba click y ¡voilá! a “bajarla” a la computadora de donde podía pasarla a discos compactos y disfrutarla.
Era maravilloso tomar canciones de aquí y de allá hasta conseguir el repertorio soñado. ¡Y gratis! El problema era que no podía interrumpir la transferencia.

Tomando en cuenta que el internet no tenía entonces la velocidad de ahora conseguir cada canción podía equivaler a estar adherido a la computadora por horas, cruzando los dedos porque Fulanito10 no se desconectara.
Horas viendo como el bloque vacío se teñía de azul marcando el avance de la transferencia del archivo. De pronto, al llegar al 97 por ciento, ¡cuaz! el fatídico aviso de que la transferencia había sido cancelada, arrancando el sentido grito:
¡AAAghh! NOO, se cortóoo.

¿Se acuerda cuando...?

Muchas gracias por leer éstas líneas y con ello hacer que esto valga la pena. Por favor, comentarios, sugerencias, invitaciones, mentadas y hasta felicitaciones por favor en adosdetres@hotmail.com

Que tenga una semana en lo que bueno no se interrumpa.