A dos de tres
Marisa Pineda
(Aviso: No se lea si está comiendo)
Chomp, chomp… ahí está la de la letra, empacándose un sandwich (alimento de moda en estos tiempos futboleros). En apego a la costumbre adquirida en la lejana infancia, ha dejado para el final un bocado que contiene doble ración de queso y otro tanto de jamón. Se saborea, está a punto de echárselo a la boca cuando en el televisor aparece una mano enguantada abriéndose paso a punta de bisturí entre carnes ensangrentadas. Es el anuncio de un medicamento para las várices… yiiiuk… adiós apetito.
Sin ser propiamente asquerosa, reconozco que el susodicho comercial tuvo la peculiaridad de ser por demás explícito y, sobre todo, tomarme con la guardia baja. Ahí estaba yo, en la comodidad de casa, instalada en la fodonga, viendo televisión en lo que saboreaba un sandwich que me sabía a gloria, cuando de pronto, que me pescan las imágenes aquellas, como sacadas de una clase de cirugía.
Al comentar el incidente, este se convirtió en una especie de sondeo imprevisto, el cual arrojó: 1.- Que no era la única a la cual se le había espantado el apetito por la publicidad del medicamento antivaricoso y 2.- Que había otros a quienes les había ido peor. Varios relataron que justo cuando estaban a punto de pasarse el bocado, fueron asaltados por las imágenes del comercial que ilustra cómo se forma una hemorroide y como se opera. Provecho.
El guardar para el final lo que más nos gusta de los alimentos parece confirmarse como uno de los hábitos más comunes. El ejemplo más claro es cuando al recibir una bolsa de dulces enseguida vaciamos el contenido y separamos las golosinas en orden de preferencia. La práctica, adquirida en la máxima expresión de la vida social infantil: las piñatas, muchos de nosotros la seguimos hasta el sol de hoy.
El Manual de Buenos Modales señala que no es de buen gusto platicar en la mesa sobre enfermedades o temas que puedan parecer escatológicos a los comensales. Hay quienes con sólo ver el plato ajeno sienten que su estómago se quiebra. “¡Cómo que le vas a poner cátsup a los huevos!”, “’Hígado encebollado, ¡qué asco!”. “¡Guácala!, cómo puedes comer ostiones o patas de mula” son, apenas, algunos ejemplos de las formas que existen para afectar el apetito propio o ajeno.
Sobre aviso no hay engaño, reza el refrán, y se aplica cuando uno está comiendo frente al televisor y sabe de qué se trata el programa. Tener como imagen de fondo un documental de National Geographic o Animal Planet, sobre “Los depredadores más salvajes del planeta”, no es precisamente para despertar el gusto. Si luego de ver a un grupo de hombres tundiéndole de arponazos a ballenas y delfines hasta destrozarlos, decide volverse vegetariano nadie lo cuestionará y hasta puede que lo entiendan y lo apoyen.
Sin embargo, eso es cuando a uno le advierten lo que viene. “Próximo programa: Los diez más espantosos ataques de cocodrilos”, si tiene en la mano un plato con comida el sentido común propone hacer zapping por la programación en tanto se echa el último bocado. Si para entonces el interés en la vida silvestre sigue, se puede regresar con la panza llena a ver como un cocodrilo mutila a sus víctimas.
Pero de eso, a que sin previa advertencia le presenten una mano enguantada hurgando y jalando músculos ensangrentados, hay mucha diferencia. No es grato descubrir entre el comercial de la bebida hidratante y el del suavizante de telas, a un señor con bata de laboratorio sugiriéndole que compre un medicamento para acabar con las venas varicosas (y sale una pierna a la cual se le ven las venas como telarañas) y evitar esto, y cuando dice “esto” aparece la mano empuñando un bisturí, abriéndose paso entre las carnes del paciente.
O bien ese otro señor igualmente de bata, con rostro adusto, quien le aclara que si siente que le pica la colita no es porque no se limpió bien sino porque a lo mejor tiene hemorroides. Enseguida le sugiere tomar el medicamento que ofrece para “evitar la dolorosa cirugía del recto”, y al ver las imágenes no queda la menor duda de que la cirugía del recto es dolorosa por necesidad.
Podrá haber quien dude de los resultados de dichos productos, pero su publicidad es por demás eficaz. En el minisondeo en que se convirtió la plática sobre el tema, alguien confesó que luego de ver los comerciales corrió a ver sus piernas y otro más aceptó haberle preguntado a un médico amigo si el susodicho medicamento para las hemorroides sirve para prevenirlas. En lo que todos concordamos es en que al final de los anuncios, por demás didácticos, en lo que aventamos el plato lanzamos el vano reclamo: “ingado, por qué pasan eso cuando uno está comiendo”.
Muchas gracias por leer éstas líneas y con ello hacer que esto valga la pena. Ya sabe, por favor, comentarios, sugerencias, invitaciones, mentadas y hasta felicitaciones, en adosdetres@hotmail.com
Que tenga una semana en la que nada espante el apetito.
Marisa Pineda es del mero Sinaloa. Fanática de la lucha libre. Adicta a los chocolates. Le gusta el café, la comida chatarra (y la no chatarra también), las flores, el vino blanco, leer, la música y los viernes. Cree en la reencarnación y en el poder de la fe. Es totalmente neurótica y peligrosamente despistada.
lunes, 28 de junio de 2010
martes, 15 de junio de 2010
A dos de tres
Marisa Pineda
“Dónde te agarró el fútbol…”
Inició el Mundial y al primer silbatazo las calles de Culiacán quedaron solas. Por allá un peatón corriendo buscaba un sitio con televisor como quien busca una marquesina para protegerse de un aguacero. La de la letra no fue la excepción y cuando corría a su refugio, viandas en mano, recordó la guapachosa canción del tabasqueño Francisco José Hernández Mandujano, popularmente conocido como Chico Ché, “Dónde te agarró el temblor”, que en este caso fue “Dónde te agarró el fútbol”.
En ese trayecto, esta su amiga se preguntaba también cómo estarían los corresponsales de A dos de tres en Sudáfrica (oh sí, los tenemos), esos que llegando, llegando, a Johannesburgo dieron con una carreta de tacos de carne asada, la cual resultó ser de un culichi quien terminó en la capital sudafricana. De Culiacán para el mundo.
En la oficina de la que forma parte la de la letra con setenta y dos horas de anticipación al juego inaugural se diseñó un operativo. Veinticuatro horas previas al silbatazo inicial los relojes se ajustaron a la misma hora y se repasó el plan. Nada debía salir mal, y así fue. Todo transcurrió con precisión quirúrgica conforme a lo previsto; excepto el marcador final, pero esa parte estaba encomendada a otros.
Los noventa minutos de hipnosis colectiva concluyeron, y despertamos para encontrarnos que futbolísticamente seguimos siendo el país del “si se puede”, porque el empate no nos alcanza para pasar a ser el país del “si se pudo”, al cual el señor Javier Aguirre llama a convertirnos en su promocional como motivador nacional.
Despertamos para descubrir que en lo que el Presidente asistía al juego inaugural, como indica el protocolo en estos casos, en México lindo y querido vivíamos el día más violento del sexenio con 85 asesinatos.
En la nota internacional, Radiofórmula reportaba que a los noventa minutos de iniciado el Mundial ya habían detenido al primer mexicano en Sudáfrica. El connacional consideró que a la estatua de Nelson Mandela le hacía falta un sombrero de charro y para pronto se trepó y se lo puso. Menos mal que la estatua tiene el puño cerrado, que si tuviera la mano extendida capaz que se nos ocurre ponerle al monumento al Premio Nobel de la Paz un bote de cerveza.
También en el plano internacional la fuga de petróleo continúa ajena a la euforia futbolera y mientras el Mundial empezaba a reunir los 26.000 millones de espectadores acumulados que se estiman, el papa Benedicto XVI pedía perdón a Dios y a las víctimas de abusos sexuales cometidos por sacerdotes.
En este primer cotejo mundialista corroboramos que el júbilo futbolero se vive ahora con un ojo al partido y otro cuidando que no nos la partan. La experiencia nos ha enseñado que aún cuando lo parece, el tiempo no se detiene con el silbatazo, y hay personas muy lejos de la cancha aprovechando cada jugada para encontrar nuevas maneras de faulear al pueblo.
El jueves es el próximo encuentro, vamos contra Francia y en menos de lo que se dice gol circulan de boca en boca y de “meil” en “meil” las plegarias a favor de la Selección Nacional: “San Wichito haz que anote el Chicharito” es, por corta y concisa, la más popular.
Está también la reciclada versión del Padre Nuestro: Padre nuestro que estás en Sudáfrica, venga a nosotros el quinto partido. Hágase tu voluntad tanto en el cuerpo técnico y como en los jugadores. Danos hoy el gol de cada día. Perdona a nuestros defensas, como también nosotros perdonamos al árbitro que nos ofende. No nos dejes al borde de la eliminación y llévanos a la final. Amén”.
El autor de semejante oración se pierde en el anonimato y el tiempo; la versión dista de ser nueva, sólo se le ha ido cambiando el nombre de la sede en una muestra de que la fe sigue viva. México siempre fiel.
Muchas gracias por leer éstas líneas y con ello hacer que esto valga la pena. Por favor, comentarios, sugerencias, invitaciones, mentadas y hasta felicitaciones, en adosdetres@hotmail.com
Que tenga una semana en que mejore su marcador.
Marisa Pineda
“Dónde te agarró el fútbol…”
Inició el Mundial y al primer silbatazo las calles de Culiacán quedaron solas. Por allá un peatón corriendo buscaba un sitio con televisor como quien busca una marquesina para protegerse de un aguacero. La de la letra no fue la excepción y cuando corría a su refugio, viandas en mano, recordó la guapachosa canción del tabasqueño Francisco José Hernández Mandujano, popularmente conocido como Chico Ché, “Dónde te agarró el temblor”, que en este caso fue “Dónde te agarró el fútbol”.
En ese trayecto, esta su amiga se preguntaba también cómo estarían los corresponsales de A dos de tres en Sudáfrica (oh sí, los tenemos), esos que llegando, llegando, a Johannesburgo dieron con una carreta de tacos de carne asada, la cual resultó ser de un culichi quien terminó en la capital sudafricana. De Culiacán para el mundo.
En la oficina de la que forma parte la de la letra con setenta y dos horas de anticipación al juego inaugural se diseñó un operativo. Veinticuatro horas previas al silbatazo inicial los relojes se ajustaron a la misma hora y se repasó el plan. Nada debía salir mal, y así fue. Todo transcurrió con precisión quirúrgica conforme a lo previsto; excepto el marcador final, pero esa parte estaba encomendada a otros.
Los noventa minutos de hipnosis colectiva concluyeron, y despertamos para encontrarnos que futbolísticamente seguimos siendo el país del “si se puede”, porque el empate no nos alcanza para pasar a ser el país del “si se pudo”, al cual el señor Javier Aguirre llama a convertirnos en su promocional como motivador nacional.
Despertamos para descubrir que en lo que el Presidente asistía al juego inaugural, como indica el protocolo en estos casos, en México lindo y querido vivíamos el día más violento del sexenio con 85 asesinatos.
En la nota internacional, Radiofórmula reportaba que a los noventa minutos de iniciado el Mundial ya habían detenido al primer mexicano en Sudáfrica. El connacional consideró que a la estatua de Nelson Mandela le hacía falta un sombrero de charro y para pronto se trepó y se lo puso. Menos mal que la estatua tiene el puño cerrado, que si tuviera la mano extendida capaz que se nos ocurre ponerle al monumento al Premio Nobel de la Paz un bote de cerveza.
También en el plano internacional la fuga de petróleo continúa ajena a la euforia futbolera y mientras el Mundial empezaba a reunir los 26.000 millones de espectadores acumulados que se estiman, el papa Benedicto XVI pedía perdón a Dios y a las víctimas de abusos sexuales cometidos por sacerdotes.
En este primer cotejo mundialista corroboramos que el júbilo futbolero se vive ahora con un ojo al partido y otro cuidando que no nos la partan. La experiencia nos ha enseñado que aún cuando lo parece, el tiempo no se detiene con el silbatazo, y hay personas muy lejos de la cancha aprovechando cada jugada para encontrar nuevas maneras de faulear al pueblo.
El jueves es el próximo encuentro, vamos contra Francia y en menos de lo que se dice gol circulan de boca en boca y de “meil” en “meil” las plegarias a favor de la Selección Nacional: “San Wichito haz que anote el Chicharito” es, por corta y concisa, la más popular.
Está también la reciclada versión del Padre Nuestro: Padre nuestro que estás en Sudáfrica, venga a nosotros el quinto partido. Hágase tu voluntad tanto en el cuerpo técnico y como en los jugadores. Danos hoy el gol de cada día. Perdona a nuestros defensas, como también nosotros perdonamos al árbitro que nos ofende. No nos dejes al borde de la eliminación y llévanos a la final. Amén”.
El autor de semejante oración se pierde en el anonimato y el tiempo; la versión dista de ser nueva, sólo se le ha ido cambiando el nombre de la sede en una muestra de que la fe sigue viva. México siempre fiel.
Muchas gracias por leer éstas líneas y con ello hacer que esto valga la pena. Por favor, comentarios, sugerencias, invitaciones, mentadas y hasta felicitaciones, en adosdetres@hotmail.com
Que tenga una semana en que mejore su marcador.
lunes, 7 de junio de 2010
A dos de tres
Marisa Pineda
Alguna vez ha entrado de colado a una fiesta. Yo también. Le ha ocurrido que una vez en ella lo atienden como un invitado más, de tal forma que de la incomodidad inicial pasa al absoluto confort, y de estar en un rincón, tratando de pasar desapercibido, se convierte en el alma del jolgorio, encabezando la fila de la conga, marcando el ritmo. Así se siente la de la letra cuando llega el Mundial de Fútbol.
Los cinco lectores (sí, ya tenemos cinco) saben perfectamente que lo mío, lo mío, no es el fútbol. Basta ver el título de este espacio para saber hacia dónde se inclinan las preferencias. Sin embargo, aún cuando en lucha libre México SÍ es potencia y marca las reglas, hay que conformarse con que la lucha ocupa en el país el segundo lugar en el gusto colectivo. El máximo ídolo que ha dado el deporte en la historia de nuestro país surgió de la lucha libre; el único héroe popular de carne y hueso que ha trascendido el tiempo y el espacio surgió de la lucha libre. Pero ni él, con todo su poder para derrotar a científicos locos, mafiosos, asesinos de la televisión, mujeres vampiro, momias, extraterrestres y objetos diabólicos (como un hacha) logró que la lucha ocupara el primer lugar en el gusto mexicano. Ese sitio está reservado para el fútbol.
En mi carácter de la colada de la fiesta que se empieza a sentir a gusto, reconozco que algo innato debe haber en el ser humano para que el fútbol tenga ese arrastre. Basta ver qué hace un bebé al dar sus primeros pasos cuando le ponen un balón enfrente: lo patea, es como un reflejo que con los años se pule y se coordina con el pensamiento hasta alcanzar, en algunos casos, niveles excelsos, producto de la suma de habilidad física con agilidad mental.
Para jugar fútbol no se necesita más que un balón. Creo que no exagero si digo que todos podemos recordar el regaño de alguna vecina cuyo cancel hizo las veces de portería allá en la infancia. O el colocar dos botes abajo del tendedero para delimitar el terreno del gol. Quién no escuchó en la infancia el “bolita por favor” o envió a la hermana menor a poner cara de muñeca para pedirle al vecino gruñón “que si por favor me da la pelota que se nos fue”.
De todo eso me acuerdo ahora que está por empezar un nuevo campeonato mundial plagado de afanes de lucro, de aquellos que ven en esos noventa minutos la cortina de humo ideal para afanes muy lejanos del espíritu deportivo. El más reciente ejemplo lo tenemos en el amistoso de México contra Italia, el campeón. Mientras caían los dos goles mexicanos, al Congreso de la Unión caía la iniciativa para gravar con el ocho por ciento, adicional a los impuestos que tienen ya, todos aquellos aparatos que puedan utilizarse para infligir la Ley de Derechos de Autor. Que si Usted quiere una computadora para que sus plebes hagan la tarea, o un celular con reproductor de música no más para apantallar, es lo diantres, como en ellos se puede infligir la citada ley, con eso es suficiente para que, de prosperar la iniciativa, le cobren ocho por ciento más por ellos. Esperemos los goles.
Está por empezar el Mundial, y si no se pone la verde, o la negra (que está bien bonita, me recuerda los trajes de buzo) será un apátrida. Estamos a un tris de que en México el tiempo transcurra en lapsos de 90 minutos, con intervalos para salir hechos la raya y recoger a los chamacos en la escuela, sacar el trabajo que le pidieron con urgencia, pasar al banco y, en síntesis, realizar las labores ordinarias del día a día.
La esperanza se pinta de verde, o de negro, y todo anticipa que la figura mexicana será el Chicharito (espero en Dios que a un padre enajenado no se le ocurra ponerle así a un hijo). Honestamente no creo que pasemos más allá de cuartos de final. Créame, me daría mucho gusto que me taparan la boca, sobre todo porque una línea aérea ya anunció que pondrá sus boletos a 500 pesos si México llega a esa etapa.
Ellos son más sinceros que los que ofrecen reembolsarle íntegramente el dinero que pagó por una pantalla tamaño jumbo, siempre y cuando el equipo Tricolor, que tiene muy buen corazón, se corone campeón en esta copa. Subrayan, no está de más: en esta.
A riesgo de que me borre de sus favoritos por pesimista, no creo que regresemos de Sudáfrica con el preciado trofeo en la maleta, por más que el señor Javier Aguirre se trepe al Ángel de la Independencia para aventarnos unas frases motivacionales, muy lejanas de aquel “México está jodido” que usó para sostener que ya no residiría más en el país cuya selección nacional dirige, a cambio de apenas cuatro millones de dólares.
Sí, porque mientras depositamos el ánimo nacional en las capacidades y destrezas de once jugadores (sólo once, para sostener el ánimo de más de 106 millones de personas. ¡Vamos muchachos!) entraremos en una amnesia temporal reforzada por la transmisión de los partidos de la selección en escuelas públicas (¿contará como clase de educación física?) en ese fenómeno llamado Mundial de Fútbol se nos olvidarán los niños muertos en la Guardería ABC, el asesinato -aún impune- de la socorrista Genoveva Rogers Lozoya, la mancha de petróleo que se dirige rumbo a Cancún, con las consabidas pérdidas al turismo que ello implicará. Y más vale que el Jefe Diego aparezca antes del viernes, preferentemente, antes del partido inaugural.
En A dos de tres ya nos uniformamos e incluimos en el atuendo una máscara de luchador; nos avituallamos con una pila de panes, mayonesa, carnes frías, quesos y legumbres para ponernos a hacer sándwiches, en lo que quienes deben hacen los goles.
Muchas gracias por leer éstas líneas y con ello hacer que esto valga la pena. Ya sabe, comentarios, sugerencias, invitaciones, mentadas y hasta felicitaciones, por favor en adosdetres@hotmail.com
Que tenga una semana de triunfos. ¡Gol!
Marisa Pineda
Alguna vez ha entrado de colado a una fiesta. Yo también. Le ha ocurrido que una vez en ella lo atienden como un invitado más, de tal forma que de la incomodidad inicial pasa al absoluto confort, y de estar en un rincón, tratando de pasar desapercibido, se convierte en el alma del jolgorio, encabezando la fila de la conga, marcando el ritmo. Así se siente la de la letra cuando llega el Mundial de Fútbol.
Los cinco lectores (sí, ya tenemos cinco) saben perfectamente que lo mío, lo mío, no es el fútbol. Basta ver el título de este espacio para saber hacia dónde se inclinan las preferencias. Sin embargo, aún cuando en lucha libre México SÍ es potencia y marca las reglas, hay que conformarse con que la lucha ocupa en el país el segundo lugar en el gusto colectivo. El máximo ídolo que ha dado el deporte en la historia de nuestro país surgió de la lucha libre; el único héroe popular de carne y hueso que ha trascendido el tiempo y el espacio surgió de la lucha libre. Pero ni él, con todo su poder para derrotar a científicos locos, mafiosos, asesinos de la televisión, mujeres vampiro, momias, extraterrestres y objetos diabólicos (como un hacha) logró que la lucha ocupara el primer lugar en el gusto mexicano. Ese sitio está reservado para el fútbol.
En mi carácter de la colada de la fiesta que se empieza a sentir a gusto, reconozco que algo innato debe haber en el ser humano para que el fútbol tenga ese arrastre. Basta ver qué hace un bebé al dar sus primeros pasos cuando le ponen un balón enfrente: lo patea, es como un reflejo que con los años se pule y se coordina con el pensamiento hasta alcanzar, en algunos casos, niveles excelsos, producto de la suma de habilidad física con agilidad mental.
Para jugar fútbol no se necesita más que un balón. Creo que no exagero si digo que todos podemos recordar el regaño de alguna vecina cuyo cancel hizo las veces de portería allá en la infancia. O el colocar dos botes abajo del tendedero para delimitar el terreno del gol. Quién no escuchó en la infancia el “bolita por favor” o envió a la hermana menor a poner cara de muñeca para pedirle al vecino gruñón “que si por favor me da la pelota que se nos fue”.
De todo eso me acuerdo ahora que está por empezar un nuevo campeonato mundial plagado de afanes de lucro, de aquellos que ven en esos noventa minutos la cortina de humo ideal para afanes muy lejanos del espíritu deportivo. El más reciente ejemplo lo tenemos en el amistoso de México contra Italia, el campeón. Mientras caían los dos goles mexicanos, al Congreso de la Unión caía la iniciativa para gravar con el ocho por ciento, adicional a los impuestos que tienen ya, todos aquellos aparatos que puedan utilizarse para infligir la Ley de Derechos de Autor. Que si Usted quiere una computadora para que sus plebes hagan la tarea, o un celular con reproductor de música no más para apantallar, es lo diantres, como en ellos se puede infligir la citada ley, con eso es suficiente para que, de prosperar la iniciativa, le cobren ocho por ciento más por ellos. Esperemos los goles.
Está por empezar el Mundial, y si no se pone la verde, o la negra (que está bien bonita, me recuerda los trajes de buzo) será un apátrida. Estamos a un tris de que en México el tiempo transcurra en lapsos de 90 minutos, con intervalos para salir hechos la raya y recoger a los chamacos en la escuela, sacar el trabajo que le pidieron con urgencia, pasar al banco y, en síntesis, realizar las labores ordinarias del día a día.
La esperanza se pinta de verde, o de negro, y todo anticipa que la figura mexicana será el Chicharito (espero en Dios que a un padre enajenado no se le ocurra ponerle así a un hijo). Honestamente no creo que pasemos más allá de cuartos de final. Créame, me daría mucho gusto que me taparan la boca, sobre todo porque una línea aérea ya anunció que pondrá sus boletos a 500 pesos si México llega a esa etapa.
Ellos son más sinceros que los que ofrecen reembolsarle íntegramente el dinero que pagó por una pantalla tamaño jumbo, siempre y cuando el equipo Tricolor, que tiene muy buen corazón, se corone campeón en esta copa. Subrayan, no está de más: en esta.
A riesgo de que me borre de sus favoritos por pesimista, no creo que regresemos de Sudáfrica con el preciado trofeo en la maleta, por más que el señor Javier Aguirre se trepe al Ángel de la Independencia para aventarnos unas frases motivacionales, muy lejanas de aquel “México está jodido” que usó para sostener que ya no residiría más en el país cuya selección nacional dirige, a cambio de apenas cuatro millones de dólares.
Sí, porque mientras depositamos el ánimo nacional en las capacidades y destrezas de once jugadores (sólo once, para sostener el ánimo de más de 106 millones de personas. ¡Vamos muchachos!) entraremos en una amnesia temporal reforzada por la transmisión de los partidos de la selección en escuelas públicas (¿contará como clase de educación física?) en ese fenómeno llamado Mundial de Fútbol se nos olvidarán los niños muertos en la Guardería ABC, el asesinato -aún impune- de la socorrista Genoveva Rogers Lozoya, la mancha de petróleo que se dirige rumbo a Cancún, con las consabidas pérdidas al turismo que ello implicará. Y más vale que el Jefe Diego aparezca antes del viernes, preferentemente, antes del partido inaugural.
En A dos de tres ya nos uniformamos e incluimos en el atuendo una máscara de luchador; nos avituallamos con una pila de panes, mayonesa, carnes frías, quesos y legumbres para ponernos a hacer sándwiches, en lo que quienes deben hacen los goles.
Muchas gracias por leer éstas líneas y con ello hacer que esto valga la pena. Ya sabe, comentarios, sugerencias, invitaciones, mentadas y hasta felicitaciones, por favor en adosdetres@hotmail.com
Que tenga una semana de triunfos. ¡Gol!
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